Día 6

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Inhala un pesado trago de aire amargo y da vuelta en la siguiente esquina

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Inhala un pesado trago de aire amargo y da vuelta en la siguiente esquina.

Un largo y ancho pasillo le recibió nuevamente, provocando que su corazón se enterrara más en el pozo oscuro que tenía por pecho, si es que aquello era humanamente posible.

Los dedos de sus manos se contraen y se estiran en temblorosos espasmos, reflejo del temor que se esconde en su interior. Quiere sollozar, pero el sonido se retiene entre sus cuerdas vocales, provocándole un dolor ácido en la garganta.

¿Cuántas veces había pasado ya por esa esquina? Ni siquiera él lo sabe, y pensar en un número aproximado está enloqueciéndolo.

Y, como todas las veces anteriores, comienza a caminar por lo largo del pasillo, lento y confundido. Las baldosas negras y blancas del suelo le recuerdan al tablero de ajedrez, detalle que le taladra la parte interna del cráneo, mareándolo. Las paredes amarillentas con patrones de rectángulos parecen menos estrechas de lo que recuerda, pero eso sólo lo inquieta aún más.

Todo está iluminado, sin embargo, no ha podido descubrir de donde proviene la luz ya que no hay bombillas en ninguna parte, y mucho menos ventanas. Trata de no pensar demasiado en ello, la lógica no es algo que sea propio de ese lugar, y no quiere desgastar lo que le queda de cordura buscándole sentido a algo tan vago.

Sigue avanzando, luchando por no mirar a su alrededor. Ha descubierto que entre más se concentre en su entorno, más real y turbio se vuelve, por lo que sólo clava su atención en el blanco y negro del suelo.

El silencio le grita burlón en los tímpanos, impaciente por su locura. De sus pasos no emana ningún sonido, ni el roce de sus ropas o de su propio latir, su presencia no es lo suficientemente importante como para interrumpir la calma que se ha formado ahí.

Incluso jura que, si llegara a gritar, nada se escucharía.

Se detiene cuando sus pies chocan con una pared, y tembloroso, levanta la cabeza. Los bloques amarillos permanecen ahí y él sabe lo que tiene que hacer. Con dificultad, mira hacia su derecha, logrando ver como la pared termina en una ya reconocida esquina. Clava sus muelas en el interior de su mejilla, y ahora, mira hacia su izquierda. La misma esquina.

Saborea el metal caliente en su paladar, y avanza hacia la izquierda, contrario a lo que eligió la última vez. Las extremidades le pesan, y jura que pronto caerá en la irracionalidad.

Aprieta los parpados con rabia, esperando que esta vez sea diferente, que este pasillo no sea igual a los demás. Busca el coraje que le falta y acelera los pasos. Si quiere acabar con esto, tiene que seguir avanzando.

Inhala un pesado trago de aire amargo y da vuelta en la siguiente esquina.

Un largo y ancho pasillo le recibió nuevamente, provocando que su corazón se enterrara más en el pozo oscuro que tenía por pecho, si es que aquello era humanamente posible.

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