Mentira o ilusión

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Si acaso había una materia que aburría a Elizabeth, aún más de lo que lo hacía Ciudadanía, era sin duda alguna Filosofía.

«La filosofía no sirve para nada.» Dijo la profesora una vez. Por supuesto, ni bien oyó eso, Elizabeth ignoró el hecho de que se refería a la servidumbre, y se dedicó a ignorar cada clase desde entonces, utilizando los apuntes de su hermana para poder entregar los trabajos y rendir bien en los exámenes.

No le interesaba que Van Gogh haya sido un «romántico», mucho menos le importaba lo que sea que una vez fue una «polis». Simplemente se dedicaba a dibujar mientras la clase seguía y seguía.

—Orfeo estaba desesperado por encontrarla —Dijo la profesora, pero no fue más que ruido de fondo para Elizabeth—. Había embelesado a los dioses con su lira, en busca de su musa...

Elizabeth levantó aburridamente la mirada, como si sus parpados lucharan por mantenerse separados. Estaba segura que, en diez segundos, no recordaría ni una palabra de lo que dijo aquella mujer de cabello naranja y rostro ya arrugado por sus cuarentas... y así fue.

—Bien. Platón relata que los dioses solo le presentaron una ilusión...

Ella no escuchó. Solo hacía susurrar el grafito sobre la hoja. No dibujaba nada en especifico; garabateaba hasta encontrar una forma.

—Profe —Dijo una compañera, alzando levemente la mano—, ¿entonces Orfeo estuvo buscando solo una ilusión? ¿o solo resultó que todos sus esfuerzos fueron en vano?

—Un poco de ambos... —Contestó la profesora tras meditarlo por dos segundos—. Si bien Platón sostenía que el alma reencarna tras la muerte del cuerpo, el mito sostiene que el alma muere con el cuerpo, tal como proponía Aristóteles. ¿A qué quiero llegar con esto? Que el hecho de que haya sido engañado se apega más a la filosofía platónica, pues el alma de su musa ya había sido reencarnada, y Orfeo no estaba persiguiendo más que algo que no existía, y, asimismo, Hades y Perséfone no le dieron más que un espejismo nacido de un fragmento de esencia de la musa. Esto hace que no solo se haya encaminado en busca de una ilusión, sino que también hizo que sus esfuerzos no sirvieran para nada.

—Pero el mito tiene más sentido si se lo mira desde el punto de Aristóteles, pues el alma murió junto con ella.

—No, de hecho, también tiene mucho sentido con el punto de Platón y Pitágoras —Dijo Cindy—. Si el alma reencarna, entonces Hades sería quien se encargara de ello. Bueno, en realidad decide quien va al tártaro o a los asfódelos, pero también puede decidir si alguien reencarna o no, si es que lo permiten las moiras. Tal vez Eurídice sí haya reencarnado, tal como Platón propone que sucede con el alma, debido a que su voz también era tan hermosa como la de Orfeo, y por eso era imposible que volviese a verla. Tal vez, y si me permite delirar un poco, Hades y Perséfone lo engañaron para librarse de su embelesadora lira.

—¡Muy bien, Rídice! —Señaló la profesora— Obviamente es imposible saber cómo sucedió, pero como estamos analizando a Platón a través del mito, no es una locura pensar que tal ver Eurídice haya reencarnado. Quizás en otra musa, quizás en una de las tantas ninfas que se le propusieron...

—Profe, ¿eso quiere decir que tal vez las almas vuelvan a reencontrarse?

—Puede que sí, puede que no; no lo sabemos. No tiene nada que ver con Platón, pero eso me recuerda al mito «Nacimiento de las Camelias»; hubieron dos hombres que se amaron apasionadamente. Camelia era el menor, de tan solo doce años, y Wonda el mayor, de veintiocho. Sí, ya sé que es raro, pero esto era antes de Cristo, chicos —Dijo con una sonrisa, seguida de una risilla general—. Se dice que Camelia tenía unos grandes y hermosos ojos de color rosa, y su rostro era angelical y redondeado, con suaves labios como pétalos. Su piel no desprendía ningún aroma, aún si no se bañaba; ni siquiera luego de ser montado por su amado.
»Un día, el joven Camelia murió de un infarto mientras ambos subían una colina para ver las nubes. Desde entonces, Wonda se visitó la colina todos los días, hasta que su cabello se volvió blanco como la nieve y de su rostro naciera una poblada y canosa barba. Un día vio nacer unas hermosas flores cuyos suaves pétalos conformaban un círculo perfecto, rosas como los labios y ojos de su amado. Se dice que el alma de Camelia reencarnó en la flor homónima, transmitiendo así su amor más puro, y reencontrándose con su amado.

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