Destinos

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Irene corría por la casa persiguiendo a la catita, la cual volaba de aquí para allá.

—No me atrapa, no me atrapa —Repetía el ave.

Irene saltó para intentar agarrarlo, escaló la mesada e incluso brincó desde una silla, pero el ave era mucho más rápida que ella.

La risa salía de su boca cada vez que estaba cerca de atrapar a Beto.

—Ya te voy a atrapar —Dijo ella con una risilla tonta.

Se subió a una silla, y saltó con tanta fuerza que ésta se movió, provocando su caída. El suelo la golpeó con tanta fuerza que no pudo más que girarse sobre sí misma, riendo del dolor.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Petyr, molesto.

—Estábamos jugando —Dijo ella mientras se levantaba.

—Jugando. Jugando —Repitió Beto.

—No es tiempo de juegos, y lo sabes —Petyr levantó la silla.

—Por favor, Petyr, solo me estaba divirtiendo.

—¡No es tiempo de divertirse, Irene! ¡Concéntrate en lo importante y ve a entrenar! —Dio un golpe a la mesa, asustándola— Lo siento. Lo siento, yo... estoy muy estresado pensando en la emboscada. Debe ser perfecta, sin ninguna falla...

—No hace falta que me trates así... —Dijo ella, asustada—. Estás muy obsesionado, Petyr. Deberías descansar.

—¿Descansar? —Dijo con una risilla burlona— Irene, tú vives en carne propia el poco tiempo que nos queda. No podemos descansar. Estamos en el punto decisivo, todo debe salir perfectamente o sino nuestro esfuerzo se irá a la mierda.

—Basta de esta mierda, Petyr —Exclamó la nefilim mientras se acercaba con suma molestia a su hermano—. Te estás obsesionando con algo que ni siquiera sabemos si...

Un fuerte estallido la interrumpió. Apenas vio venir la mano de su hermano. La bofetada fue tal que la hizo sentarse en el suelo.

—¡¡Llevo toda mi puta vida esperando este momento, Irene!! ¡¡No dejaré que tú ni nadie lo arruine!!

Irene solo esnifó, esforzándose por no llorar. Se puso en pie y se fue a zancadas directo a la habitación. Beto voló tras ella, agitando sus alas verdes. La puerta se cerró de un fuerte golpe, y ambos yacieron encerrados.

Ella se sentó en su cama, pegando las rodillas contra su pecho mientras el ave saltaba de aquí para allá alrededor suyo.

—No sé por qué está tan obsesionado —Sollozó, mirando a la catita saltar—. O sea, lo entiendo pero... Hay algo más importante, ¿no? O tal vez yo no soy lo más importante. Sé que debo ayudarlo a matar al kaly, pero... No lo sé. No lo sé...

—¿Qué no sabes? —Preguntó el ave, agitando su cabeza con curiosidad.

—Nada, no importa. No me entenderías. Eres un pájaro.

—Te quiero —Dijo Beto, saltando hasta su cabeza, apoyando una de sus patas en el cuerno izquierdo de Irene.

—Yo también te quiero, Beto —Suspiró—. Yo también te quiero...

Petyr caminaba de aquí para allá en su estudio. Sobre el escritorio se hallaba un plano totalmente escrachado.

—Eso es —Susurró para sí mismo.

Se lanzó a la silla, y rápidamente comenzó a escribir. La mano le dolía un poco. Aquella bofetada había sido demasiado. Incluso si Irene se lo merecía, fue demasiado. Poco a poco el lápiz comenzó a perder velocidad sobre la hoja, y las reflexiones llegaron a su cabeza. ¿Cuándo fue la última vez que golpeó a su hermana? Lo hace cuando entrenan, pero... eso era distinto. Nunca la había abofeteado para castigarla, ni siquiera cuando era una niña. Aquello le llevó a recordar cuando caminaron por las calles de Alighieri, durante la gran feria. Ella se había encaprichado con una gran paleta helada con forma de dinosaurio, gritando y pataleando para que se lo comprara, llamando la atención de todo aquel que pasara cerca. Apenas tenían dinero, y el cajero más cercano estaba a casi cinco cuadras de allí. Ni siquiera entonces fue capaz de darle un golpecito en el brazo para que se tranquilizara, sino que caminó las cinco cuadras para robar un poco de dinero del cajero. Él apenas tenía doce años en aquel entonces. Parecía una fecha tan lejana y cercana a la vez, que no pudo evitar esbozar una sonrisa al recordar cómo su hermana daba saltitos sobre sí misma de la alegría que tenía al sentir el sabor del helado.

—Petyr, pruébalo. Está muy bueno. Muy rico. Pruébalo, pruébalo —Insistió ella mientras le tironeaba de la camiseta.

Fue de las pocas veces que la llevó hasta alguno de esos lugares. Le parecían eventos aburridos y sin gracia, pero su hermana siempre parecía divertirse sobremanera.

Otro recuerdo fugaz llegó a su cabeza; Irene ni siquiera sabía hablar cuando aquello sucedió, pero un día se encaprichó tanto con un globo rosa, que él tuvo que comprárselo.

No comprendía qué tenía aquellas cosas de especiales, por qué a su hermana le gustaban tanto. Luego recordó cuando caminaba por el mercado de su antiguo hogar. Él también fue así, aunque con cosas totalmente distintas. A Petyr no le emocionaba un globo, pero sí una fruta. Y mientras que Irene se divertía viendo a los payasos moverse y contar chistes, a él le encantaba el espectáculo de las mil colibríes.

No pudo evitar sonreír imaginándose allí de regreso, junto a su hermana, enseñándole cómo los colibrís eran capaces de hacer trucos impensados.

Pero no era tiempo de divagar, debía concentrarse en el plan. Se dio un par de bofetadas para espabilarse, y volvió a gastar el grafito sobre el plano.

Una vez hubo terminado, lo enrolló y se decidió a irse.

Cuando volvió a la noche, su hermana ya había cenado, y se encontraba acostada, intentando conciliar el sueño.

Entró a la habitación y la vio en su cama, dándole la espalda. Él sabía que no estaba dormida, pues ella siempre roncó. Pero no quiso molestarla. Simplemente caminó hasta su cama, y allí se quitó los zapatos.

—Petyr —Preguntó Irene, rompiendo el silencio—. ¿Por qué tenemos que hacer esto?

Ella se dio vuelta para ver a su hermano, hundiendo la mitad del rostro sobre la mullida almohada; la mejilla que quedaba a la vista se había tornado rojiza por la bofetada. Petyr solo apretó los labios al ver qué tan fuerte la había golpeado.

—Ya lo sabes, Irene, para liberar a nuestra gente —Contestó.

Ella no soltó más que un bufido nasal, girando sus ojos para mirar los pies de su hermano. Le costaba sacarse los zapatos con una sola mano, y era raro que los tatuajes terminasen donde comenzaba aquel muñón.

—¿Qué piensas hacer cuando tengas al kaly en frente tuyo?

—Lo emboscaremos, lo tomaremos por sorpresa. La emboscada que planee es perfecta —Contestó con gelidez.

—¿Y después qué? Petyr, puedes planear todo lo que quieras, pero en el momento de los hechos, nunca piensas antes de actuar —Dijo ella. Petyr apretó los labios, molesto. Se sacó los zapatos de dos patadas a sus talones—. Mira tu brazo derecho, esa es la prueba de lo que te digo.

—Se me ocurrirá algo —Bufó su hermano mayor—. Siempre se me ocurre qué hacer.

—¡No! Si yo no hubiera estado aquí, habrías muerto desangrado la última vez.

—¡¡¡Ya basta, Irene!!! —Se puso de pie, dando un pisotón tan fuerte que hizo temblar el piso. La catita se alzó agitando las alas por el susto... pero Irene no se inmutó. Ya no lo haría— ¡¡Conozco muy bien nuestro destino!!

—¡¿Es este nuestro destino, Petyr...?! —Preguntó Irene, sentándose en la cama— ¿o es el destino que alguien más ha tratado de imponernos?

La sangre de Petyr hervía como el magma de un volcán, y de sus ojos no manaba más que furia. Apretó los dientes y su puño, listo para darle otro fuerte golpe a su hermana. Pero aquel moretón le detuvo... y los ojos de Irene portaban una determinación tal que ni siquiera se atrevió a acercarse.

Petyr cerró sus ojos con la misma fuerza que apretó sus labios. Ladeó la cabeza y cerró tan fuerte su puño que las uñas le penetraron la carne de la palma. Soltó un fuerte rugido de ira e impotencia, y las lágrimas cayeron de sus ojos.

Con pasos débiles se sentó en su cama, y enredó sus dedos entre su cabello. Reflexionó en silencio ante la atenta mirada de su hermana. Y, finalmente, concluyó:

—Seguiré hasta el final, Irene.

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