Capítulo 2: Placa y Arma

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Por quinta vez le devolvió la sonrisa a la imagen que reflejaba el espejo

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Por quinta vez le devolvió la sonrisa a la imagen que reflejaba el espejo. Si bien se trataba de una sonrisa abatida y un tanto fingida que escondía años de sufrimiento, estaba colmada también de un orgullo que casi rayaba en lo ridículo. Y es que saber que por fin luciría el uniforme de sus sueños y llevaría en el pecho la placa por la que tanto había luchado día y noche —tras años de haber vivido envuelto en constantes depresiones y ataques de pánico— compensaba cada lágrima y todo sacrificio.

     Hacía cerca de veinte minutos que acababa de hablar con su madre que, como siempre, le había dado mil recomendaciones y advertencias de que no echara a perder esta oportunidad de oro. Su padre, por su parte, le había recalcado que se esforzase el triple de lo que le pidieran, ya que no volvería a tener una oportunidad así nunca más si se equivocaba. Si ya les sorprendía demasiado que su hijo pudiera haber ingresado a la academia de policía, les pareció casi un milagro que hubiera conseguido un trabajo. Y por supuesto que se habían encargado de criticarlo, como toda la vida, al enterarse de que solamente había obtenido dicho trabajo gracias a la ferviente recomendación de su amigo y mentor. De lo contrario, le habían dicho, jamás habría encontrado un empleo digno.

     Suspiró con tristeza ante los dolorosos recuerdos.

     Desde pequeño, Kang Yuchan había sido un niño tímido y retraído. Los demás niños no se acercaban mucho a él porque siempre lo veían leyendo o jugando con el tamagotchi de conejo que le había comprado su madre luego de muchas súplicas. Era un chico solitario de lo más puro e inocente y sin mancha de maldad por lo que los bullies siempre lo molestaban hasta hacerlo llorar. Sus padres siempre reprendían su falta de carácter, pero no precisamente para que su hijo se hiciera fuerte y luchara por sus ideales sin temor a lo que dijera el resto. Lo que hacían, más bien, era criticarlo fuertemente, comparándolo todo el tiempo con sus primos y hasta con los hijos de sus conocidos. Llegaban al punto de lastimarlo con sus críticas hirientes, a ver si así lograban, al fin, moldearlo a su gusto. Sin embargo, Yuchan jamás podía complacerlos por más que se esforzase en ser menos como él mismo y más como los demás. Y eso era ciertamente agotador.

     —Tengo que hacer esto bien o volverán a enojarse conmigo.

     Su autoestima estaba seriamente dañada, pero nadie nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por repararla. Ninguna persona había alabado jamás sus cualidades y fortalezas, recordándole lo valioso que era. En vez de eso, toda su familia se había encargado de criticar su personalidad retraída, muchas veces a punta de bromas pesadas y crueles. Desde pequeño había tenido que soportar ese maltrato psicológico y en la actualidad únicamente vivía a la sombra de los demás, tratando siempre de complacer a todos sin éxito alguno. Al haberse mudado a la capital para poder estudiar, se había sentido un poco más libre de las críticas, pero muy solo. Jamás tuvo un amigo en el que pudiera confiar y con el que pudiera conversar o pasar buenos momentos. Si bien tenía esperanzas de llegar a hacer amigos en su nuevo trabajo, enseguida recordaba lo torpe que era para las relaciones interpersonales. Por ende, había decidido que lo mejor sería aislarse en la soledad de su mundo como siempre.

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