Capítulo 2: Ellipsism

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{Sadneds that you will never be able to know how history will turn out}.

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Lucy apagó el despertador de un manotazo después de saltar de la cama. A pesar del frío matinal, abrió la ventana para observar las pocas estrellas que quedaban en el cielo; aprovechando que aún no había luz que pudiera molestar a Azucena. Tras una rica rutina de yoga para sus adoloridos músculos y un baño rápido con mucho protector solar, entró en la cocina para preparar el desayuno. Gracias a los enmudecidos sonidos de pisadas desde el otro dormitorio del apartamento, sabía que sus padres ya se habían levantado.

Dejó el desayuno servido en la mesa para llevarle el tazón de comida a Azucena, quien seguía acurrucada en la hamaca con forma de banana que colgaba a un lado del escritorio; donde la luz no tocaba las sombras en ningún momento del día. Con el aire frío que entró por la ventana, consideró que no era necesario agregar hielo a su botella de agua.

Acarició el suave pelaje blanco de su compañera para despertarla―. Azucena, tengo tu desayuno.

Con más energía de la que un hurón de seis años podía tener ―en vista de que los hurones tienen una esperanza media de vida de ocho años―, Azucena saltó a uno de sus brazos, provocando que casi tirara la comida por el repentino peso. Rió encantada cuando su compañera se frotó con un costado de la cara. A Lucy le gustaría que sus padres mostraran ese tipo de cariño con ella.

―Buenos días a ti también ―dejó al hurón desayunar sobre el escritorio mientras regaba las camelias―. Creo que mamá va a regresar tarde hoy y papá se va mañana a Ginebra, así que tendremos el apartamento para nosotras. ¿Te gustaría que te llevara conmigo a la cafetería de doña Martha después de clases? Como es lunes, no habrá estudiantes haciendo su tarea ni gente gritando ―Azucena hizo un adorable ruido de aprobación que le arrancó una sonrisa―. Espero que ese fantasma no aparezca. Dijo que iba a venir a poner «protecciones», pero nunca llegó.

Lucy suspiró con irritación al pensar en la horrible experiencia del viernes y la esperada fiebre que soportó al día siguiente. No dejaba de recriminarse por haber hecho algo tan estúpido y parecía que ahora no podía alejarse. Su abuela le habría tirado de las orejas si siguiera con vida.

Cuando Azucena volvió a dormir, agarró sus pertenencias para ir a la escuela. Su madre, quien bebía su café mientras terminaba de arreglar la cocina, la miró unos segundos al entrar para luego continuar escuchando las noticias en el televisor de la sala. Su padre ni se dignó a separar la vista de la pantalla, tecleando en su computadora del trabajo.

―Buenos días ―murmuró la chica sin esperanza de que le respondieran. Sacó el almuerzo que preparó la noche anterior del refrigerador y agarró el dinero que su madre siempre le dejaba en la mesa.

Aunque muchos de sus compañeros debían aplicar estrategias y «cariños intencionados» para que sus padres les entregaran dinero para caprichos, los suyos no lo pensaban mucho. No les importaba qué compraba ni qué sucedía con él, solo se limitaban a cumplir su papel de progenitores: asegurarse de que a ella nunca le faltara nada.

Excepto amor familiar.

―Que tengan un buen día ―y salió del apartamento.

Sin saludar a nadie, atravesó con su bicicleta las pocas calles que separaban su complejo de apartamentos de la Academia Golden Valley: un aburrido complejo de ladrillos anaranjados, diseñado para que los tres edificios formaran una «C» y en el centro el patio de césped sintético. El nombre provenía del periodo anterior a la remodelación, cuando el césped era real: como siempre lo descuidaban, solía tener tonos marrones y dorados debido a la resequedad.

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2022 ⏰

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