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No sabía por qué sólo mentía al estar con Hoseok. De verdad que no tenía ni idea, porque me hacía sentir bien. Era amable, caballeroso y bastante divertido, así que no tendría por qué hablar de cosas que no eran ciertas, pero aún así lo hacía.

Llevaba exactamente la cuenta de las mentiras que le había dicho. Eran un total de treinta a lo largo de dos meses y aunque sabía que no tenía que estar orgullosa con la cifra —porque al final de cuentas había mentido— estaba un poco menos nerviosa que años atrás pues había sabido controlarme un poco más y también agradecía que no le veía tan seguido pues de lo contrario sería un enorme reto hablar por más de diez minutos con él.

No fue hasta que una noche regresando de la oficina le encontré afuera de mi departamento con unas botellas de soju y un par de snacks en una bolsa. Le consideraba un vecino agradable, incluso un amigo, pero no quería estar cerca de él por mucho tiempo pues me recordaba constantemente las mentiras que le había dicho y no tenía la valentía para confesar que solo estaba adornando mi vida que no era más que algo simple y monótona.

Esa noche dije más mentiras de las que pudiera contar. Aunque la que se había quedado tatuada en mi mente era la que aseguraba que jamás había lastimado a nadie —románticamente hablando— y que era honesta en las relaciones.

Sí, toda mi vida había mentido con el propósito de sobresalir y no sentía mucho remordimiento, incluso hubo ocasiones a las que me aferraba a la mentira a tal punto de que no sabía qué parte era cierta y cuál no. Pero después de ver los ojos brillantes y la sonrisa sincera que me brindaba Hoseok me sentía como la peor persona en el planeta. Si ya me odiaba, verlo sonreír ante mis mentiras hicieron que mi corazón se partiera y deseara tanto desaparecer. 

Torre de naipes + jhsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora