XV

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— ¡Despierten! —sentí el grito a través de la puerta de la habitación, Ahn refunfuñó a mi lado, acercándome más hacia él y enterrando su rostro entre mi cuello y hombro. Yo me moví hasta quedar con mi cuerpo de frente al suyo, levantando mi cabeza y apoyando mi mandíbula contra la suya, quedando su rostro en mi pecho, me tenía agarrada como si fuese su osito de felpa favorito, con su pierna encima de la mía y su brazo apresando mis caderas.

Anoche habíamos decidido salir todos al bar del centro, faltaban muy pocos días para la navidad y estábamos celebrando por adelantado. Después de mucho insistir Ryd y yo logramos convencer a Ahn de que fuese con nosotros. La noche estuvo de locos, claramente al ser un bar, habían sitios para sentarse por doquier, muy bien acomodados todos, y una pequeña pista de baile de la que pronto nos hicimos dueños. El alcohol nos afectó un poco el cerebro y terminamos, por decirlo de alguna manera, siendo echados de aquel sitio, cortésmente por supuesto. Estuvimos vagando por toda la calle hasta encontrar algo con que entretenernos y a mala hora, Ailah terminó peleando con un perro que estaba muy tranquilo dentro de la cerca que daba inicio al jardín de su casa, sin meterse con nosotros. Nos reímos mucho de su pequeña pelea al estilo perruno, hasta que este saltó la cerca, que no era muy alta que digamos y tuvimos que correr como si nuestras vidas dependiera de ello, que realmente era el caso. El resultado final fue que, al estar asustados hasta el límite, el alcohol se nos esfumó del sistema y en el cruce cerca del vecindario, luego de que el canino se rindiese y volviese por donde mismo había venido gracias a la virgen, cada uno tomó rumbo a su casa, excepto Ahn, que se quedaría a pasar la noche conmigo y Ryd, que teníamos planes para el día siguiente. Todos esos pequeños incidentes nos llevan al momento en el que me encuentro ahora, intentando recuperar el sueño perdido gracias a los gritos de mi mejor amigo para levantarnos y el dolor de cabeza producido por la sustancia tóxica ingerida el día anterior. La puerta de la habitación fue abierta abruptamente y solté un pequeño respingo del susto, provocando que Ahn también se asustara a mi par.

— ¡Por Dios Ryd, deja dormir! —exclamé con molestia, lanzando el objeto que tenía al alcance de mi mano en ese preciso momento, mi almohada.

—Te tengo una sorpresa pequeña peleona —contestó sonriente a pesar de mi mal humor y lo miré extrañada, se apartó de la puerta, haciendo espacio para que, lo que sea o quien sea que estuviese fuera, pudiese pasar al interior. La alegría invadió mi cuerpo en ese mismo segundo en el que la vi aparecer y todos los malestares se apaciguaron, una niña bastante crecida asomó su cabeza por el hueco que había hecho Ryd, su cabello cayendo hacia delante por el impulso, negro como la noche y más largo de lo que recordaba, una pequeña sonrisa adornó su rostro cuando sus ojos azules apuntaron en mi dirección y salió disparada hacia donde me encontraba, abriendo a la par mis brazos para recibirla gustosa.

— ¡Sharley! —exclamé con pura alegría mientras se lanzaba encima de mi adormecido cuerpo —mi niña, déjame verte —la separé un poco de mi pecho para poder detallarla mejor, estaba más alta y había comenzado a desarrollar poco a poco su cuerpecillo de niña —ya te estás convirtiendo en una mujercita —dije entusiasmada, para luego devolverla a la posición de la cuál la había sacado anteriormente, dejando repetidos besos en su cabeza.

— ¡Basta! —exclamaba entre risas, provocadas por las cosquillas que le hacían mis gestos —me ves con mamá casi siempre por videollamada ¡Déjame tranquila Arley! —logró safarse del agarre y se quedó de pie al lado de la cama, a unos pocos pasos de mi, observándome aún con su sonrisa en el rostro.

— ¿Dónde están mamá y papá? —pregunté, con la duda de que no hubiesen atacado también mi habitación.

— Sacando aún las maletas del auto, fui la primera en salir, y en cuanto Ryd me vio me raptó para traerme hasta acá— finalizó con una risa baja, la cual acompañó mi mejor amigo desde su sitio. Sabía que adoraba a Sharley, su mamá no pudo tener más hijos y nosotras éramos sus pequeñas hermanas, como siempre solía decir. La verdad, para nosotros también era nuestro hermano, y un hijo muy querido para mamá, personalmente digo que lo consideraba así porque no le había quedado otra opción, el chico de acento irlandés a pesar de ser bastante molesto, se daba a querer.

ChiquitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora