II

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Esto es lo que haremos, ¿está bien? —preguntó sin esperar por su respuesta— Coge mi billetera... —le indicó señalando con su mejilla la billetera que se encontraba sobre la mesa.

El que anteriormente le había encañonado mientras desayunaba, ahora se encontraba con el cañón de un arma presionando su frente.

Los ladrones de poca monta no le interesaban. Pero si este intentaba robarle su billetera. Ahí tendría unos cuantos problemas.

¡Cógela! —ordenó presionando mucho más su frente.

El ladrón se sobresaltó y dejó caer la billetera, lo cual hizo que los ojos del castaño sobresaliesen unos cuantos segundos.

Coge el dinero y cuéntalo. —pidió con un tono de voz sombrío.

Pero las manos del ladrón aún temblaban, por lo que una pequeña advertencia no estaría demás.

Si te atreves a manchar o hacerle alguna clase de daño a esa foto. —dijo apuntándole— Será la última cosa que hagas.

E-e-está bien...

Ahora cuenta el dinero.

S-son mil quinientos dólares...

Está bien. Ese dinero ahora es tuyo. —indicó para la sorpresa del ladrón— Es el precio por no matarte. Estoy comprando el que no mueras el día de hoy.

¿P-por qué?

Hoy es una fecha en la cual no puedo matar a nadie. Pero atrévete a cruzarte en mi camino el día de mañana y tal vez no vuelvas a coger una pistola... Ahora lárgate. —lo despidió empujándolo.

G-gracias... —agradeció confundido pero aliviado.

Los presentes en el restaurante se quedaron viendo la escena unos cuantos segundos más. La bolsa en la cual se encontraban sus pertenencias estaban al lado del castaño. Pero nadie se atrevía a acercarse a ese lugar. Ni siquiera la mesera que le había atendido amistosamente hace un tiempo atrás.

Qué día más malo para hacerme enfadar. —dijo prendiendo un cigarro— Oh, es verdad. En este día tampoco puedo fumar. Maldición...

Luego de maldecir a la nada. Dejó caer su cigarro recién prendido y lo pisó.

El horario de alguien como Ayanokouji Kiyotaka era muy peculiar. Podía tener todo el tiempo del mundo para algunas personas, pero a la vez nadie tenía el privilegio de contar con su presencia a todas horas. Era alguien con el que podías contar, pero no confiar.

Su palabra era lo que valía más, pero incluso con esa garantía, era mejor mantenerse al margen de sus negocios y movimientos.

Hola, Kiyotaka. —saludaron entrando a su despacho.

Dai. Kuro. —saludó serio.

Lamentamos lo que sucedió en el res—

Dai, cállate. —le interrumpió con las manos cruzadas.

De acuerdo. —accedió de inmediato sentándose frente a él.

Ahora hablen.

Encontramos a los que teníamos que encontrar. Los interceptamos en el hospital y acabamos con ellos ahí.

Interrogamos a unos cuantos y logramos conseguir el paradero de Arthur.

Malos pasosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora