III

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La iglesia siempre fue un lugar donde los más desafortunados buscaban algún tipo de consuelo. También fue un lugar para los desahuciados, para gente que mantenía su esperanza viva dentro de ellos.

Claro está que también existía gente, como cierto castaño, que iba a ese lugar tan solo para pasar el rato o buscar conversar con cierta persona. Hablar en una iglesia en estos tiempos podía pasar completamente desapercibido... además, ya se había acostumbrado hace mucho tiempo.

Observando a lo lejos el mayor simbolo de la iglesia, inspeccionó con la mirada el lugar donde se encontraban esparcidos ciertos creyentes. Hasta encontrarse a una mujer aparentemente mucho mayor a él, arrodillada en dirección al altar.

¿Qué te trae por aquí? —preguntó interrumpiendo su oración.

Lo de siempre, tía. —respondió sentándose un asiento detrás de la mujer.

No era su tía de verdad. Pero ya que todos le decían así... no le importó en lo más mínimo llamarla de la misma manera.

Te conozco hace mucho... sé cuándo ocultas algo de mí...

Atacaré al jefe. —dijo sin más.

La mujer se quedó callada. Y empezó a darle golpes en el pecho al joven que trataba de mantenerse con la postura erguida.

No eran golpes fuertes. Pero dañar no era su finalidad, sino reclamar o regañar.

¡¿Cómo se te ocurre hacer eso?! —exclamó en un susurro— Él te perdonó la vida.

No. —le corrigió— Él me la arrebató.

Tal vez sea así... o tal vez no lo sea.

No importa lo que me digas... me haré con el cargo de la cabeza por la fuerza. Es lo menos que puedo hacer luego de enterarme de todo.

Veo que aún dudas...

Lo hago.

Tienes el sentido común de tu madre... pero la malicia de tu padre... No dejes que tu madre pierda...

Por favor no menciones a mi madre. —le pidió serio.

Lo siento si te molestó.

No te preocupes.

Pero... —continuó— ¿Qué sucederá con tu padre? Que yo sepa te sigue buscando.

Es verdad que le guardo un profundo respeto. Incluso me sorprendió el que no se volviese loco al perder a mi madre. Ella era la única que podía evitar que matase a alguien... —reflexionó suspirando— Pero estos años me hicieron pensar sobre mi vida... ¿Qué me deparará si soy el hijo de alguien como Ayanokouji Kiyotaka?

Es verdad que no será una vida fácil.

Lo sé. Así que haré de mi vida un recorrido que yo mismo manejaré. No dejaré que el nombre de mi padre influya en mis acciones o respeto.

Él vendrá por ti. En Inglaterra, Francia, Japón, América, o en el mismísimo infierno... él algún día vendrá por ti.

Y lo esperaré. Pero no prometo hacerlo con el arma descargada.

La mujer suspiró y se volteó nuevamente hacia el altar. Y juntando sus manos sobre el bordillo de la banca... hizo una plegaria por el alma de padre e hijo.

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⏰ Última actualización: Sep 23, 2021 ⏰

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