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Cuando finalmente despiertas, estás tranquila. Las noches anteriores en tu misión apenas habías podido dormir. Acampar con tu equipo improvisado siempre te hizo sentir incómoda y estabas tan estresada por las batallas que no lograste descansar como deberías.

Ahora, estás tranquila. La pesadumbre en tu pecho se ha ido y tardas algunos minutos en tu cama, pensando en nada en particular mientras ruedas sobre las almohadas para estirar tu adolorido cuerpo.

Es más temprano de lo que regularmente lo haces pero no pareces interesada en quedarte más tiempo y ruedas fuera de las almohadas tras unos minutos, saludando una vez más al sol.

Algo en tu mente gira en torno a tu misión fallida y por unos instantes te sientes ansiosa porque el jutsu enemigo se disperse lo más rápido posible. Sin embargo, eso no va a cambiar algo sobre tu inocencia. Al fin y al cabo, sabes que no eres culpable, y toda la ansiedad se reduce una vez más a la sensación ligera de paz.

El entusiasmo brota tan firme en tu pecho que casi es antinatural. No eres el tipo de mujer que se emociona fácilmente y ese hecho eriza tu piel. Crees que tienes la energía de un año entero en tus venas y estás tentada a salir por la ventana solo para correr alrededor de Konoha. Excepto que eso sería una tontería absoluta.

En cambio, tallas tus ojos y buscas a tientas tus pantuflas descoloridas debajo de tu cama. El hambre es ligera y tu cerebro animado piensa en pan. No sabes que hay en tu refrigerador, pero lamentas decepcionar a tu cuerpo tan temprano porque sabes perfectamente que no has tenido pan en tu casa en meses.

Las misiones fuera de la aldea siempre te dejaban demasiado agotada como para recordar comprar y en algún momento sencillamente te diste por vencida con eso.

Finalmente te levantas y arrastras los pies, haciendo un escándalo con tus bostezos y tus huesos tronando mientras giras cerca de la puerta.

Sabes que estás aturdida por la misión, pero debes estar más cansada de lo que creías porque te parece que el pasillo huele demasiado bien. Es un toque de ácido y dulce que reconoces perfectamente del curry y maldices a tu cerebro por jugar así con tu apetito. Ya es lo suficientemente triste no tener pan como para que te recuerde que lo más decente que tienes en el refrigerador son dos zanahorias podridas que compraste hace tres meses en el mercado... por error.

La puerta de tu habitación truena tanto como tus huesos y el chirrido te hace estremecer.

Sorprendentemente, el olor de la comida no desaparece cuando llegas al pasillo y casi envidias al vecino de la derecha, pensando que podría ser él y su comida casera filtrándose desde la ventana de su cocina.

El humo en el pasillo se hace denso mientras avanzas y por unos instantes tienes miedo de un incendio, al siguiente, estás completamente avergonzada, temblando torpemente sobre tus pies.

— ¡Buenos días! — el hombre enorme en tu cocina saluda con una sonrisa y necesitas parpadear para entender.

Por unos segundos, crees que estás dormida, pero entonces realmente comprendes que Gai está a mitad de tu casa, cocinando animadamente en tus dos únicas ollas mientras usa el delantal rosa con volantes que tu mamá te regaló la navidad pasada para molestar.

Tus mejillas se sonrojan y sientes tu cerebro volverse lodo adentro de tu cráneo. Alguna vez escuchaste que Gai era un shinobi de mañana, pero no creíste que fuera cierto. Al menos no tanto como para lucir como si te llevara horas de ventaja en el día. ¿Realmente dormía alguna vez?

— Yo... Gai... buenos días — tu tono se escucha tan miserable cómo te sientes y no puedes hacer más que parpadear hacia él como un búho.

En realidad, habías esperado que siguiera dormido. No es que lo subestimes como guardia, pero no son ni siquiera las ocho y tampoco es como si fueras a ir a algún lado para tratar de escapar de la aldea.

Y, pero, sin embargo (Might Guy x Reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora