Primera novela de la serie «Herederos». Derivada de «Un príncipe en apuros».
El príncipe Simon, heredero al trono de Reino Unido, no cree tener tiempo para enamorarse, pero el amor está a punto de llegar a su vida como una brasa ardiente. Y tal vez...
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El salón de música ―su monstruo o su cómplice, dependiendo del momento en su vida― absorbió la letárgica melodía del piano. Su intérprete golpeó las teclas blancas y negras con una lentitud violenta, lo que provocó que las notas se alargaran. La música distaba de ser agradable al oído; era la pieza de una obra trágica.
Simon se llevó la mano al pecho. Era la primera vez que escuchaba una interpretación tan cargada de tristeza en ese piano que, toda su vida, solo proveyó alegres composiciones. Incluso la curvada postura del intérprete matizó la escena de un penoso gris tan inadecuado para su lienzo amarillo. Lo observó de perfil: abatido, desconsolado, despedazado, desde lo más profundo de su alma hasta volverse visible en el exterior.
Hizo ademán de ingresar al salón, pero se detuvo. Había algo desgarrador en la imagen de su hermano, un vistazo oscuro al sol, que le impidió encontrar un balance entre sus movimientos y sus pensamientos. Lo dejó tocar esa triste melodía. Eran las únicas palabras que habían compartido desde la discusión en el jardín.
Y fue justamente ese recuerdo el que lo instó a romper la distancia.
―El palacio es un lugar muy amplio ―comentó, dudoso. William apartó las manos del piano―. Ha sido fácil evitarnos durante los últimos días.
―Y aún así aquí estamos ―William apenas había levantado la voz.
Simon se rascó la barbilla al tiempo que se le acercaba.
―Quería... ―comenzó a decir, pero William lo interrumpió al voltear bruscamente hacia él.
―No has pisado este salón en más de siete años y tenías que hacerlo justo ahora, ¿verdad? Justo ahora que necesito estar a solas.
Simon metió las manos en los bolsillos del pantalón y cuadró los hombros.
―Nunca nos hemos peleado por tanto tiempo. No sé qué error cometí, pero quiero disculparme. Eres mi hermano...
―Puede que hayamos nacido el mismo día ―le concedió una dura mirada―, pero a Olive, a ti y a mí nos separa un océano de distancia.
Simon sintió que las manos le sudaban dentro de los bolsillos. Debió equivocarse en grande para que existiera esa separación entre los dos. Por supuesto que eran diferentes, aunque físicamente William y él fueran imposibles de distinguir a no ser por la ropa. Sus diferencias eran justamente lo que los hacía tan unidos.
―¿Qué pasa? ―Simon se adentró un poco más mientras luchaba con las palpitaciones de su garganta―. ¿Dejaste de confiar en mí?
William no dijo nada, lo que tranquilizó a Simon. Él no tenía reparos en decir las verdades a la cara.
―¿Vas a decirme qué tienes?
―Olive de seguro ya te lo ha dicho.
―No quiere decirme nada hasta que tú y yo nos arreglemos. ―Silencio. Simon le revolvió el cabello y William, al instante, apartó la cabeza. Lo vio esbozar una tímida sonrisa. Simon acostumbraba a hacer eso para molestarlo―. Prefiero enterarme por tu boca. Solías contarme todo.