Capítulo catorce.

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Vivian, su asistente, atrajo la atención de Lyla, quien observaba atenta a una de sus estudiantes mientras pintaba el ojo de una serpiente en el brazo de la modelo, al decir su nombre

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Vivian, su asistente, atrajo la atención de Lyla, quien observaba atenta a una de sus estudiantes mientras pintaba el ojo de una serpiente en el brazo de la modelo, al decir su nombre.

―Ha llegado un hombre. Dijo que tiene algo para ti.

A Lyla se le aceleró el pulso al reconocerlo. No traía la vestimenta acostumbrada, pero era uno de los guardias de Simon. Entró al salón con un pequeño ramo de seis rosas rojas. Las mejillas de Lyla imitaron su color y este fue en aumento a medida que los murmullos de expectación, sorpresa y curioseo acaparaban el espacio.

―¿Quién te ha traído flores? ―preguntó una de las muchachas con una sonrisa bobalicona.

―Creo que alguien tiene un pretendiente ―comentó otra.

―¡Basta! ―masculló Lyla. Aceptó el ramo y despidió al guardia con un asentimiento y una sonrisa―. Probablemente fue alguien de mi familia.

Podría ser una excusa creíble si a su familia le gustaran las flores ―a su madre le daban alergia y a Beatrix le daba pereza cuidar de ellas―, pero por suerte ninguna de ellas sabía tanto de su vida personal. Apartó esos pensamientos y se concentró en inhalar las rosas. La punta de la nariz rozó algo delgado y filoso. Era una nota, una bastante larga, que contenía un mensaje escrito en tinta azul, líquida por la apariencia, con una caligrafía pulcra y elegante. Decía:

Perdona a un alma solitaria, de pronto le da con aferrarse a un recuerdo: el de una mirada, un susurro, un desvelo...

Es mi forma de decir que te echo de menos.

He cortado seis rosas, una por cada día que no nos vemos. Si alguna de ellas te hace pensar en mí, habré encontrado consuelo.

Y como firma había un dibujo diminuto de un paraguas.

Presionó la nota contra los labios y aprisionó un grito. Era un buen momento para encontrarse a solas. Podría ponerse a saltar, a gritar y a cantar, aunque desafinara y, probablemente, acribillaría los oídos de toda la calle. Pero, por desgracia, se encontraba en el taller rodeada de varias mujeres que esperaban por su aprobación.

―¡Lo están haciendo excelente! ―las felicitó―. Todo muy bonito.

―Pero si acabo de trazar una línea donde no debería ―se quejó una.

―Y los ojos de mi serpiente parecen de gato ―se quejó otra.

El resto de las muchachas se echaron a reír.

―Lo lamento ―se disculpó, sonrojada―. A ver, veamos cómo podemos mejorarlo.

Lyla se acercó a la mujer que pintaba ojos de serpiente. A simple vista, sí que tenían más aspecto de gatos que de reptil, pero no minimizaba el trabajo tan bonito que estaba realizando. El pecho de la mujer estaba pintado con detalles bien cuidados que se asemejaban a los pelos de un felino.

Tentando al heredero (Serie Herederos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora