EL ENCUENTRO

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El cuervo estaba posado en una rama seca de un roble sin hojas las cuales lucir.
Las rosas blancas que adornaban el suelo no tenían espinas, eran fáciles de tocar.
Las palomas blancas de vez en cuando se llevaban una de las rosas, cuando estás volaban por los aires.
Sin embargo una de ellas era roja como la sangre, era la que atrapó la vista grisácea del cuervo.

La alarma sonó en mi oreja ¡Ya estoy despierta!

Cuando agarre mi celular para ver la hora mi madrastra golpeó la puerta de mi cuarto como si de ello le fuera la vida.

—¡Marie Jennifer Corvo te despiertas o te saco volando de la cama!

—¡Ya voy!

—¡No me contestes!

Sí, eso ya lo tenía bien claro. Me vestí con unos jeans negros, una remera negra tapizada con una rosa, unos tennis grises y me deje el pelo castaño suelto.

Baje las escaleras para desayunar rápido e irme volando al liceo en bicicleta para llegar justo a tiempo, sin perderme la clase de la profesora Birriel, que por cierto era una mandona infumable, pero que no se por qué en el fondo le tenía cariño. Pero al bajar las escaleras viendo el ambiente de porquería sabía que eso de llegar temprano ya no iba a pasar.

—¡Sí serás sucia Marie!

Mi madrastra señaló con su dedo índice la taza sucia que había dejado ayer.

—A ver, ahora quiero que me digas porque me haces la vida imposible ¿Es que quieres jugar con fuego, sucia?

Negué con la cabeza, y era cierto no quería pelear con ella, era lo que menos deseaba.

Después de una larga discusión que termino con amenazas de que a la siguiente vez me volaría los dientes, termine por conseguir que me dejara ir al liceo.

Corrí por el pasillo desesperada por llegar a la clase de Birriel. Lamentablemente al llegar a la clase la profe me echo en cara lo irresponsable que era por llegar tarde en frente de toda la clase. Al final me dejó en el banco más cercano a ella para que no hablara con nadie, aunque en realidad no me molestaba ya que no había venido Paloma. Saqué la conclusión de que no hablaría con nadie igualmente.

Cuando terminó fui a la clase del profesor Espino el cual había faltado, por lo cual nos correspondía casi dos horas de no hacer literalmente nada, a no ser que nos asignarán una suplente o nos adelantarán una materia o.... Bueno ya saben.

Me encamine al patio: era muy grande lleno de pasto, con una cancha de fútbol de piso de hormigón liso y mi parte favorita; a la derecha del todo habían cuatro paredes (quien sabe para que total nunca las terminaron) las cuales tenían una abertura para pasar; adentro había un pequeño rosal. Que pena que ese rosal estuviera a punto de morirse.

Pase por la abertura, pero al entrar no estaba sola, había alguien más.

Di un salto del susto cuando escuché una voz desconocida.

—¿Y tú quién eres?

Oh, no, no, esa no es la pregunta.

—No la pregunta es ¿qué haces tú aquí?

—¿Leyendo?—inquirio echándome una pequeña mirada de desdén.

—No me digas. —Me cruce de brazos.

Se me quedo mirando por un rato. Yo por otro lado lo mire con el estrecejo hundido. No iba a mentir, el que me mirara por alguna razón me hizo sentir algo dentro de mi panchita. Después pasó a mirarme a la cara, ahí se dio cuenta de mi cara de orto multiplicada a la milésima. Me regaló una blanca sonrisa de angelito.

—¿Te molesta si me quedo?

—Me gusta estar sola.

—Bueno, me iré si te sientes mejor.

Se levantó y empezó a caminar para poder irse, aunque para eso yo me tendría que correr de enfrente de la salida. Se detuvo adelante de mí y gracias a ello yo debí alzar la cara para mirarlo a sus ojos g r i s e s.... ¿por qué mi interior está gritando? Ah porque tenía unos muy lindos ojos.

—Con su permiso señorita tal vez podría irme —dijo apacible.

Tenia el pelo oscuro, pero no tanto, pero tampoco era castaño.

—¿Aún quieres que me vaya? —pregunto dudoso.

La cara perfecta y de tez blanca.

—Permiso, por favor —dijo no tan apacible.

Parecía tener buen cuerpo, tremendas cu....

—¡Hoooola! ¿¡Todo correcto adentro de la cabecita suya!?

No, estaba haciendo corto circuito.

—Sí, pasa. —me corrí.

Pero él no se movió.

—La próxima vez podrías al menos fingir que no me estabas mirando tan a fondo.

Me ruborice al instante. Mire mis pies que ahora se movían incómodos. ¿Qué me pasó? Pff, total sólo es un chico. Mire al frente dispuesta a hablarle otra vez pero.... Se había ido. Que curioso.

La Rosa Del Cuervo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora