2. Visualización

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—No

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—No. Alto. Creo que algo está mal.

La melodía que emitían las teclas del pino se detuvo bruscamente y Agatha hizo un sonido de no estar satisfecha con algo.

Clarisse se detuvo en seco apenas escuchó aquella indicación y se alejó de Walter para así tomar una gran y profunda bocanada de aire. Llevó su mano hacia su frente que ya estaba cubierta por sudor frío y apartó de sus ojos unos mechones de su cabello pelirrojo que se había venido sobre ella. Su pulso parecía ir al galope de un caballo, mientras que su espalda parecía estar a punto de crujir como la madera cuando era dividida a la mitad por lo tensa que se sentía. No estaba segura de poder sobrevivir otra hora más.

—Walter, lo lamento tanto. —se disculpó entonces, mirando con genuina mortificación a su mayordomo.

El hombre le respondió con una gentil sonrisa y negó con su cabeza. Él ya se había quitado de encima su saco, quedándose sólo con su camisa blanca y pantalones negros. Su cara, al igual que Clarisse, estaba cubierta por una capa fina de sudor, solo que este más de nerviosismo era por la fatiga.

—No se preocupe. Está mejorando.

La joven pelirroja enarcó su ceja y suspiró.

—Lo dudo. Sospecho que he empeorado.

Tras solicitar la ayuda de Agatha para que le enseñara a bailar, Clarisse se había encerrado en el salón de su residencia con Agatha y Walter, quienes hacían su mayor esfuerzo por instruirla y enseñarle a bailar para la fiesta que se haría con los Mikaelson.

El inconveniente era que la danza no era algo en lo que ella tuviera experiencia, ya que jamás había asistido a un baile. En Mystic Falls trató de escalar en la interminable escalera de la alta sociedad de acuerdo con los deseos de su madre, quien, encerrada en su egoísmo, solo buscaba utilizar a su hija para obtener sus propios objetivos. Ella quería la vida que Clarisse jamás deseó tener. Su mamá quería lujos, dinero, y todo esto era a través de un matrimonio sin amor. Pero Clarisse no quería nada de eso si la infelicidad era el precio. Ella buscaba un amor real, alguien que la amase por quien era, aunque esto posiblemente ya no podía ser algo real, pues ella no era alguien normal, y mucho menos podía ofrecer serenidad y paz cuando ella era un huracán en su interior.

—¿Qué hice mal ahora, Agatha?—preguntó con un jadeo la joven mujer de cabellos pelirrojos, colocando así sus manos sobre sus caderas para recuperar la gran mayoría del aliento sin llegar a quedar inconsciente. Llevaban ensayando desde el mediodía, y, por lo que ella podía ver de acuerdo con la posición del sol que se veía a través de las grandes ventanas del salón descubiertas por las cortinas escarlatas, no debían de haber pasado más de tres horas desde entonces, indicándole que todavía faltaba demasiado por recorrer.

—Está demasiado rígida. —indicó con una mueca de disculpa, ya que no era nada apropiado que el servicio le hablase de aquella forma a la señora de la casa, especialmente con Anne y Walter recordándolo cada vez que podían. Pero esto era una emergencia para Clarisse, por lo que ella había sido más que estricta al dar la orden de que, únicamente por ese día, todos ellos tenían la libertad absoluta de corregirla, ya que lo que estaba buscando era salvar su estatus social ante todo Nueva Orleans, pero, especialmente, ante los Mikaelson.

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