Kill For Me

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En dónde Satoru es un adicto y Nanami su esposo



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Las calles luego de la lluvia eran terribles, oscuras, más vacías de lo normal con un extraño olor a tierra y agua salada, recién sacada de un océano inmundo que apestaba, que dejaba mucho que desear a pesar de lo bello que se viera.

Dentro, entre la tenue luz plateada, era cómo ver a dos niños discutiendo, gritando desesperados por ver quién ganaría el pleito de turno, cuando la realidad era que la victoria no estaba de ningún lado, era por demás visible que eran iguales; tan dependientes, tan vacíos cómo para lograr separarse aunque se lo gritaran, aunque lo tatuaran a golpes y palabras hirientes  en la piel del otro


Aunque la salida estuviera en sus narices se negaban a tomarla.




Nuevamente una de las cientas de porquerías de dentro de la casa de Satoru Gojo volvían a volar por los aires en un ataque de feroz violencia que apenas lo tenía conciente.
Eran sus cosas” diría él, lleno de orgullo para cuando retomara el control de sus acciones en unas horas, pero, más bien, cada que volvía en sí poco tiempo tenía como para preguntarse, y preguntar por lo sucedido dentro de las cuatro paredes que eran consideradas su propiedad.

Lloraba a mares, queriendo arrancar su piel entre intentos suicidas, hasta la hora en la que el ciclo volviera a repetirse.



Desgarraba con descaro sus cuerdas vocales gritando a los cuatro vientos su descontento entre las maldiciones que se le ocurrían. Jalaba de sus mechones blanquizcos sin ningún tipo de consideración, poniéndose de rodillas, enfocando una mirada azulada de carácter animal hacia el otro hombre en la habitación, quien se había vuelto en un completo desconocido a su percepción de las cosas.

Un hombre rubio, algo alto en posición defensiva, estancado en una de las esquinas grises fue lo qué llegó a divisar. Sostenía con rudeza algo que brillaba sutil entre los impuros rayos de luna que atravesaban la ventana, era algo filoso, algo punzocortante.

—Respira, Satoru — artículó de repente.—Cuenta hasta cien. Anda

La boca le dolía, cada nervio en sus dientes hasta la mandíbula, notándose entumida, inundada en el reflejo de unas náuseas horrendas que el peliblanco era incapaz de provocarse.



—Vete a la mierda












Todo tan amargo, todo tan jodido. Sentía la nariz arder cada que intentaba regular su respiración al sentirse ahogado entre bocanadas desesperadas que salían de su boca, buscando un alivio que solo parecía joderle la existencia más de lo que estaba. Con la cabeza a explotar desde la nuca hasta la cien, junto a los músculos de su cuerpo, cada uno de ellos tensados entre temblores y calambres agonizantes, dispuestos a lanzarse encima de aquél sujeto para matarlo a golpes, para colgarlo de la ventana con una cortina en el cuello, para hacerle pasar todo ese dolor que tenía encerrado en el fondo de su cuerpo y que era incapaz de comunicar.

Con la saliva correr por su barbilla y gruñidos llenos de rabia, seguía sin entender por qué, por qué estaba ahí ese maldito sujeto cada que despertaba, vigilándolo sentado en los rincones. A la hora de mirar a la ventana o cuando tenía que salir por otra dosis, con aquél imbécil denegándole la libertad. No le cabía en la cabeza por qué aquél era más fuerte que él, o por qué lograba someterle con tanta facilidad cuando él mismo era más grande, cuando podía hacerlo mierda y desfigurarle el rostro que siempre estaba oculto entre las sombras de los cuartos.

One shots NanaGo con música mamonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora