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Había un día del curso, en que todo el colegio salía a dar un paseo (es decir, tomaban parte en él los tres maestros, en unión de todos los alumnos) Solía ser una excursión agradable, y todo el mundo la esperaba con gusto, olvidaba viejos rencores y actuaba con libertad. Para que se resintiera menos la disciplina, tenía lugar siempre antes de las vacaciones, cuando la indulgencia no resultaba perjudicial, y realmente la gira parecía más una fiesta familiar que una actividad escolar, pues la señora Myung, la mujer del director, se reunía con ellos en el salón de té, con algunas damas amigas, y se mostraba hospitalaria y maternal.

El señor Myung era un profesor de escuela preparatoria a la vieja usanza. No se preocupaba ni del trabajo ni de los juegos, pero alimentaba muy bien a los muchachos y vigilaba que no se comportaran mal. Dejaba el resto a los padres, sin especular sobre lo que los padres le dejaban a él. Entre mutuas felicitaciones, los muchachos pasaban a un colegio de enseñanza secundaria rebosando salud, pero retrasados, para recibir allí, sobre su carne indefensa, los primeros golpes de la vida. Podría decirse mucho sobre el menosprecio de la formación intelectual, pero a los discípulos del señor Myung no solía irles mal y se transformaban en padres a su vez, y en algunos casos, le enviaban a sus hijos. El señor Byeon, el ayudante más joven, era un profesor del mismo tipo, sólo que más estúpido, mientras que el señor Seong, el decano, actuaba como un estimulante, e impedía que todos se echaran a dormir. No resultaba muy agradable, pero sabían que era necesario. El señor Seong era un competente, hombre ortodoxo, pero no totalmente desligado del mundo, ni incapaz de ver las dos caras de un problema. No era el adecuado para tratar con los padres ni con los muchachos más torpes, pero era bueno para los de primera fila, y hasta había instruido alumnos becados. No era un mal organizador. El señor Myung, mientras fingia llevar las riendas y preferir al señor Byeon, dejaba las manos libres al señor Seong, y acabó por hacerle su socio.

El señor Seong siempre tenía algo en la cabeza. En esta ocasión era Jin, uno de los muchachos mayores, que les dejaba para ingresar en un colegio privado. Quería tener una "larga charla" con Jin durante el paseo. Sus colegas ponían objeciones, debido a que eso les dejaría más trabajo, y el director subrayaba que ya había hablado él con Jin y que el muchacho preferiría hacer su última excursión con sus condiscípulos.

Esto era probable, pero al señor Seong nadie le disuadía nunca de hacer lo que era correcto. Sonrió y guardó silencio. El señor Byeon sabía en qué consistiría la "larga charla", pues al poco de conocerse habían tocado aquel tema  profesionalmente. El señor Byeon no estaba de acuerdo.

"Terreno resbaladizo", había dicho. El director ni lo sabía ni habría querido saberlo. Separándose de sus alumnos cuando cumplían los catorce años, olvidaba que se habían hecho casi hombres. Le parecian una raza de seres pequeños pero completos, como los pigmeos de  Nueva Guinea, "mis muchachos". Y eran aún más fáciles de comprender que los pigmeos, porque nunca se casaban y raras veces fallecían. Célibes e inmortales, la larga procesión pasaba ante él variando en su número de veinticinco a cuarenta por tanda. "Yo no veo ninguna utilidad en los libros de educación. Ya había muchachos mucho antes de que se pensara en ese asunto de la educación". El señor Seong se sonreía, pues estaba empapado de evolucionismo.

—¿Puedo cogerle de la mano...? Usted me lo prometió... Las dos manos del señor Myung están ocupadas, y todas las del señor Byeon...Oh, señor, ¿No le ha oido? ¡Cree que el señor Byeon tiene tres manos!... No es verdad, yo dije "dedos". ¡Ojo verde! ¡Ojo verde!

—¡Cuando hayas acabado...!

—¡Señor!

—Yo pasearé ahora sólo con Jin.

Hubo gritos de protesta. Los otros profesores, viendo que aquello no conducía a nada bueno, apartaron a la jauría y la condujeron por el acantilado hacia las dunas. Jin, triunfante, caminaba al lado del señor Seong, sintiéndose demasiado viejo para cogerle de la mano. Era un chaval guapo y regordete, que no destacaba por nada en especial. En esto se parecía a su padre, que había formado parte de la procesión veinticinco años antes, había desaparecido en un colegio privado, se había casado, tenido un hijo y dos hijas, y fallecido recientemente de neumonía. El señor Kim había sido un buen ciudadano, pero bastante gris. El señor Seong se había informado sobre él antes de iniciar el paseo.

𝐌𝐀𝐔𝐑𝐈𝐂𝐄  [JinTae] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora