Emocionados, tal vez demasiado.

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No cabe mencionar que Cato y yo estábamos que rebosábamos de felicidad. Portábamos una estúpida sonrisa en nuestros rostros y caminábamos riéndonos. No prestábamos atención a nuestro alrededor y aunque hubiese llovido ácido nuestro humor no hubiese cambiado.

Cato avanzaba unos pasos delante de mi. Con su espada nos habría el camino mientras yo estaba atenta al sonido de cualquier animal que pasara por allí. Sin nuestras provisiones la alimentación seguía dificultando senos, ya que los pájaros y conejos no parecían querer cooperar en mi persistente intento de darles caza.

Cada vez que Cato se volteaba me miraba con una sonrisa en el rostro. Yo hacía lo posible por compartir su alegría, pero la sonrisa forzada no me llegaba a los ojos. No podía parar de darle vueltas al asunto del cambio de reglas. A cada minuto que pasaba sentía que nos metiamos más y más en la trampa. Ya me veía venir que quedariamos Cato y yo solos en la arena, festejariamos, nos abrazariamos, besariamos y luego ¡bam! solo puede haber un ganador. Mi estupida mente infantil trataba de convencerme de que en realidad si nos dejarian ganar. Mi estupida niña interna seguía creyendo que aquel chico de cabellera rubia tenía la solucion a todo, lo seguía viendo como su héroe, aquel que la había salvado a sus escasos seis años. Y Clove no pudo sentirse más patetica. 

Continué avanzando. Sentí como una ramita se partía y como me impactaba de frente contra la corteza de un árbol.

Cato se volteó preocupado, espada en poscision, y rápidamente me ofreció su mano. Esperaba que, al igual que yo, le agarrara un sonoro ataque de risa pero en vez de eso me vi victima de su furiosa mirada.

- ¿Por qué no te ries?- le pregunté todavía con leves rastros de una sonrisa.

- ¿De qué se supone que debo reírme?- su cara se crispaba roja- No sabes el susto que me diste ¡Juraba que te habían matado!

Lo vi bajar la mirada. Sus ojos reflejaban un terrible temor. Me acerqué lentamente y coloqué mis manos tras su cuello, de modo que pareciamos estar por bailar un vals.

- Ey- lo llamé para que enfocara su mirada con la mia-. Estoy bien, y aqui está la prueba.

- Ya lo sé- sus manos se posaron sobre mi cintura.

- Por favor no te enoje- acerqué mi cara unos centimetros. 

- No puedo enojarme contigo- él también acortó nuestras distancias.

- ¿Cato?

-¿Si, Clove?

- Ya estamos sonando cursis- su rostro se acercó al mio.

- ¿Quien puede oirnos?- sentí sus pestañas acariciar mi rostro.

- Todos- le susurré debilmente. Nuestros labios por fin se unieron y mis manos alborotaron su ya enmarañado cabello. Sentí como me elevaba del suelo y enrosqué mis piernas alrededor de él. La falta de aliento fue la responsable de nuestra separación.

- ¿Estás bien?- me preguntó agitadamente. Su respiracion era superficial y sentía su corazón acelerar. 

- Dame un minuto- le respondí entre bocanadas de aire. La cabeza me daba vueltas y sentía un pitido ensordesedor en los oidos. 

- ¿Mejor?

- Algo.

En ese instante oí una rama partirse y Cato y yo volteamos instintivamente. Mi mano izquierda rapidamente extrajó el primer cuchillo al alcanze en mi cinturon y se preparó para lanzarlo pero la risa de Cato me sobresaltó por lo que el cuchillo terminó en un árbol. Enfadada miré a Cato y este por respuesta me señaló a nuestro invasor. A dos metros de distancia , comenzando a huir a más no poder, yacía un diminuto conejo silvestre mirandonos atentamente. A los pocos segundos se perdió de vista.

Totalmente frustrada mi vista se concentró en Cato.

- Muy bien hecho- le dije sarcasticamente mientras me separaba de un tirón y corría a por mi cuchillo-. Lo lograste, espantaste a la comida.

Cato y Clove ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora