Día 1 - Kaeluc

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Rechazo, tal sentimiento era el que generalmente recibía cada vez que trataba de entablar la más mínima cercanía con aquel hombre tan acorde a su visión, fuerte, doloroso, quemaba de tal manera que querer establecer más cercanía implicaba un genuino acto masoquista que podría ser tildado como estúpido de no ser por su honorable puesto dentro de los caballeros de Favonius.

Claro, si fuera un hombre más calmado e incluso más sensato seguramente hace mucho habría dejado de lado tal infructuosa relación pero ¿Cómo hacerlo? si el gran señor que controlaba el vino en Mondstadt parecía tan interesante como la primera vez que le conoció en aquella mansión que le dio cobijo después de su cruda infancia.

Siempre volvía al mismo punto, Kaeya Alberich simplemente hacía su trabajo de una manera un poco diferente a lo establecido en el protocolo, no necesitaba hacer largos papeleos antes de poder actuar o controlar sus acciones, ni siquiera debía de guardar por completo la etiqueta o el honor por que sabía que aquello eran simples adornos en una sociedad, pequeños detalles que ayudaban a esconder perversidades y maldades así que ¿Cómo pretender acabar la maldad con la bondad? era estúpido y por ello no le importaba codearse con estafadores, charlar con algunos hombres de dudoso oficio o simplemente tomar una copa con algún ladrón que simplemente hubiera fracasado al intentar quitarle desde el dinero que cargaba hasta algún objeto valioso que pudiera resguardar.

-Vamos hombre, un par de moras extras pueden sacarte de esta pocilga y encontrar algo mejor que una botella de licor- afirmó el hombre que tenía frente a él, un ladrón de rango medio, su cuerpo fornido y su altura lo hacían más fácil de identificar pero sin duda no era rival para alguien como Kaeya así no usase su visión.

Kaeya suspiró al escuchar tales palabras, a veces creía que le subestimaban bastante al querer juzgarlo para sobornarlo, por eso aunque estaba en las mesas a la derecha de la barra para estar más "escondido" no guardó su mirada que seguía al dueño de aquel lugar.

-¿Crees que un par de moras es un problema para mí?- cuestionó casi divertido, alzando una ceja en una mirada rápida a aquel ladrón antes de tomar un trago de licor y saborearlo para volver a dirigir su mirada a la barra y encontrarse con el rechazo usual que era divertido.

-¿Entonces qué quieres? ¿Artefactos? ¿Una guarida?- cuestionó el hombre como si de repente sus posibilidades hubieran caído en picada y no pudiera liberarse del peligro inminente

Kaeya soltó una risa coqueta, era su costumbre, más por que el dueño de la taberna el obsequio del ángel parecía irritado de ver a Kaeya cada vez que estaba sirviendo copas, administrando el lugar o simplemente tomándose un respiro de sus ocupaciones nocturnas.

-Un ángel- respondió como si fuera algo común y coherente aunque carecía de toda lógica y el ladrón parecía desconcertado, creyendo incluso que Kaeya estaba ebrio y podía irse sigilosamente, escapar como si hubiera tenido un golpe de suerte

Kaeya sabía que no sería entendido pero lo dijo con toda la intención en voz alta para que Diluc pudiera escucharlo y ver esa reacción tan interesante, el suspiro que podría ser cansancio o simplemente un rastro de melancolía de su infancia cuando afirmaba que Diluc era un ángel.

Parecía que Diluc se había cansado de ver lo que hacía Kaeya, dándose la vuelta para no poder escuchar más o terminaría en dolorosos recuerdos, en encontrar amor donde ahora sólo debía existir odio, el tierno cariño que en su infancia y adolescencia encontró con Kaeya, la confianza y el amor que descubrió al crecer pero... ahora la amargura podía cubrir esos sentimientos haciendo todo más complicado.

Kaeya no dejó escapar esas acciones, teniendo una amarga diversión, tomando del cuello al ladrón que parecía a medio camino de dejar su silla, moviéndose más rápido hasta incorporarse y pasar su mano por el cuello de aquel ladrón, pareciendo un gesto casual entre amigos cercanos pero era claro que la amenaza era fuerte pues la tensión se presentó.

-¿Qué será mejor? ¿Pasar un par de días en el calabozo de los caballeros de Favonius o entregarte a tu líder como el soplón que eres?- cuestionó queriendo quitar la amargura del rechazo, era claro que a veces el castigo más severo no se encontraba con los hombres honrados sino con aquellos que castigaban la traición con la vida.

El hombre palideció mientras sopesaba sus acciones y eso ayudó a Kaeya a quitar ese pesar de su corazón pues aún recordaba como cuando era un niño había llamado ángel a Diluc, la manera que le veía como su salvador y como su luz, el amor que aún guardaba en su corazón por él, los dulces momentos en que jugaban con sinceridad, la primera vez que habían declarado sus sentimientos y encontrado la correspondencia, la protección el complemento en sus acciones, la sinceridad, la unión más profunda y marcada así como el sentimiento tan increíble que encontró cuando por primera vez descubrió el amor en Diluc y en la sonrisa que parecía ser la cura para todos sus males.

Si, Kaeya amaba aún a Diluc y después de todos los males, de cada herida, quemadura o palabra llena de sarcasmo que suplió a todo el amor que contenían, lo único que extrañaba no eran los besos, las peleas codo a codo, la forma en que se complementaban con fuerza e inteligencia o las caricias que tímidamente se habían regalado en tratar de conocerse en todo sentido, lo que más extrañaba era que sin importar el lugar o situación siempre se encontraba un par de ojos que parecían contener todo el fuego de su visión, de una que protegía y ayudaba, aquella que era la barrera más grande que sería siempre firme y abrazadora, aquello que más podría dolerle era perder la dulce mirada de a quien más amaba.

Flufftober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora