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La misma situación de siempre. Él se sentó al lado de la ventana y ella en el rincón más lúgubre del lugar, cada quién con una mochila al hombro y ganas de devorar sus respectivos libros. Él pide un frapuchino, dulce y suave, y ella un café; amargo y fuerte.
El día está nublado. A él no le gustan mucho, a ella le dan igual. Cómo ya era rutina, el rizado alza la vista de su libro para buscarla entre la multitud, y la encuentra. La curvatura de sus labios, el brillo en sus cansados ojitos, la manera en la que todo parece desaparecer a su alrededor: todo era arte.
Suspiró con un ápice de frustración, sin el valor suficiente para acercarse a ella como deseaba hacer. A él le gustaba verla cuando se encontraba distraída, a ella le gustaba sentir su mirada y fingir que no se daba cuenta, como cuchillas que la atravesaban por la mitad.
Sinfín de veces buscó encontrar su mirada con la del adorable muchacho, pero era tan distraído, y ella tan insegura, que jamás lograban coincidir. Así, cree que han pasado algunas semanas jugando como infantes, siendo como un desliz del destino.
Quizás, podrían terminar siendo desconocidos de todas formas.
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estoy pasándola un poco mal en casa últimamente, así que no actualizo tanto como me gustaría.
así que, gracias por leer, me anima saber que les gusta lo que escribo ‹3
