𝐂𝐚𝐬𝐨 7: ¿𝐪𝐮𝐞́ 𝐡𝐚𝐠𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐦𝐢 𝐥𝐢𝐛𝐞𝐫𝐭𝐚𝐝?

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Shen QingQiu no sabía cómo reaccionar al giro que habían dado las cosas. Muy bien, tal vez debía comenzar por admitir que era en parte culpa suya... ¡pero por favor! ¡¿Cómo iba a saber que se tomaría tan en serio su broma tonta?! ¿En el manual del universo no había una cláusula que dijera que los chistes jamás, JAMÁS, debían tomarse en serio?
  —Mi señor, ya he ordenado todo tal como lo pidió.
  Suspirando Shen levantó el rostro para ver al chiquillo de enfrente. Aunque era algo alto y se veía fuerte pese a su delgadez, era obvio que no tenía más de quince años. ¡Era un mocoso y ahora era su responsabilidad! 
  No, simple y llanamente no. Ni siquiera podía cuidar de sí mismo, ¿qué haría con el niño?
  —Buen trabajo 
  Mirando hacía el paisaje de fuera de las ventanas, Shen QingQiu se preguntó: ¿qué rayos iba a hacer ahora? ¡Universo!, ¿no le daría una pista siquiera?
  Por otro lado, el chico se encontraba algo confundido e incómodo. Parecía que su nuevo señor era algo despistado e indiferente. Cuando le preguntó en qué debía ocuparse, el señor de brillante ropa sólo se le quedó mirando y hasta después de un rato muy largo le dijo: “Pues… Ve a… a arreglar los libros por orden alfabético”.
  Teniendo una orden el pequeño se apresuró a cumplirla. Se arrodilló frente a los libros y cuidadosamente fue separando sección tras sección de libros.
  Considerando que el día anterior estaba siendo maltratado por su anterior amo, Luo Binghe no debería quejarse de que su nuevo amo fuera tan… ¿indiferente? ¿fácil de complacer? No sabía exactamente cómo describirlo, pero… 
  Levantando la mirada para recorrer la amplia, lujosa y pulcra habitación, Luo llegó a la conclusión de que su nuevo señor no parecía necesitar mucho de un sirviente. 
  Si de verdad era tan rico, ¿lo necesitaba? Y si no le necesitaban… ¿terminaría en la calle de nuevo? Peor aún, ¿lo devolverían a su antiguo amo?
  Mientras el chico se apresuraba a cumplir su órden, Shen QingQiu siguió tratando de resolver qué hacer… ¿Por qué había llegado a esa situación? 
  Claro… porque había salido de contrabando con Shang QingHua a ver los festivales de los pueblos cercanos, ¡y el maldito lo había abandonado! Era cierto que en parte Shen tenía la culpa al haberse quedado tan encandilado con los bailes, ¡pero no le daba derecho al otro de abandonarlo sólo porque “me dio frío”!
  Fue entonces, cuando estaba por montarse en un caballo para perseguir al infame, que escuchó el llanto de un niño y al acercarse vió como su “amo” le maltrataba por haber tomado un poco de pan sin permiso.
  Shen QingQiu no era el más valiente de los hombres, pero se acercó y encandiló al posadero ofreciéndole pagarle el doble si le daba una habitación. El hombre no perdió tiempo y se olvidó del niño mientras preparaba una habitación para el “honorable hijo menor de la familia feudal”. 
  Cuando estuvo en la habitación pidió al dueño que le mandara la cena y le especificó que le mandara al pequeño con ella. El hombre comprendió que tendría problemas si desobedecía, así que se limitó a hacer lo que le pedían. Así, mientras el chico se comía la cena, el tercer heredero del feudo decidió hacer algo: llamó al dueño, cruzaron pocas palabras y al final le pagó por la libertad del chiquillo. Cuando se lo dijo, la cara de niño del joven se iluminó, pero inmediatamente se llenó de confusión.
  —¿Qué debería hacer ahora? —le preguntó
  —No sé —le respondio Shen QingQiu mientras se acostaba en su cama—. Tal vez mi sirviente a cambio.
  Sí, dijo eso, ¡pero se río después de decirlo! ¡¿No se entendía con su risa que lo había dicho sólo de broma?!
  —Señor, ¿qué debería hacer ahora?
  No. Tal parecía que el chico no lo había tomado así. Lo había seguido todo el tiempo y le llamaba “señor” o “amo”. ¡Ah! Definitivamente Shen QingQiu debería cortarse la lengua para dejar de decir cosas que le metieran en apuros.
  Y ahora, de vuelta en su hogar, hechando mano de sus increíbles dotes para el engaño, Shen QingQiu escondió su turbación detrás de un rostro serio, se dió la vuelta y preguntó al chico 
  —Dime, ¿cuál es tu nombre?
  Sí, ni eso se había molestado en averiguar.
  El chico parecía algo tímido y perdido. Al momento de escuchar la pregunta hundió la cabeza entre sus hombros y retorció el dobles de sus largas y sucias mangas.
  —Luo, señor, Luo Binghe.
  ... ¡Santos hongos! El niño era adorable, manipulable y demasiado obediente y espléndido para su bien. Un escalofrío corrió por la espalda de Shen cuando pensó en qué manos pudo haber caído el pequeño Luo. Aunque… sus manos tal vez no eran las mejores.
  —Luo Binghe —comenzó Shen QingQiu, abriendo el delicado abanico de bambú y mirando directo a los ojos tiernos de enfrente—, debo serte sincero: cuando te dije que te fueras mi sirviente, lo dije sólo de broma. Nunca me imaginé que lo tomarías tan en serio.
  Las palabras de su “nuevo amo” cayeron sobre Luo como un balde de agua fría, pero no se atrevió a decir nada.
  —Mira, pague por tu libertad, pero no lo hice para recibir algo, ¿entiendes? Sólo no me gustó la idea de que te quedaras ahí. Puedes hacer lo que quieras, ya nadie va a detenerte —Shen se dió palmaditas mentales por lo humilde que le retrataba su discurso. Sin duda era un genio.
  Pero Luo no saltó de alegría como esperaba el otro, sino que simplemente se quedó ahí, turbado, retorciéndose las mangas, y pareciendo a punto de llorar.
  —Habla, ¿qué te pasa? —cuestionó Shen QingQiu, cerrando el abanico y frunciéndole el ceño.
  ¿El chico no entendía que debía alegrarse o qué?
  —Es que… —Luo vaciló, pero parpadeando para alejar la humedad de sus ojos y arrodillándose frente al otro, habló con la poca valentía que tenía—. Aunque me diga que soy libre, no sé qué significa eso. No tengo madre ni padre, no tengo casa o dinero. No sé hacer más que limpiar y cocinar. Yo… ¿qué debería hacer o a dónde ir? Dice que tengo libertad… pero no sé qué hacer con ella. ¿Qué debería hacer?
  …
  Bueno… eso era un problema.
  Shen QingQiu abrió nuevamente el abanico de bambú y discretamente se acicaló la cara para que el rastro de humedad desapareciera.
  Sí, el discurso del tal Luo lo había conmovido, pero, por favor, si alguien no se conmovía con eso debía ser de piedra. Fin.
  Miró al chiquillo desgarbado, desnutrido y lamentable frente a él y suspiró.
  —Supongo que eso responde la pregunta —se murmuró mientras se daba la vuelta para seguir observando el paisaje—. ¿Sabes cocinar arroz?
  Luo estaba esperando una patada o un grito por haber mostrado tan lamentable espectáculo, así que al escuchar la pregunta tan cotidiana y normal le descolocó un rato y tardó un poco en comprender.
  —¡Sí! —gritó con alegría, antes de recuperar un poco la compostura y volver a hacer una reverencia—. Aprendí a cocinarlo de una tía muy amable. Lo que usted me pida lo cocinaré. Incluso si no sé cómo, lo averiguaré y le daré lo mejor en agradecimiento a su generosidad con este pobre campesino.
  —Pff —Shen QingQiu rápidamente se tapo la boca con el abanico. Sería fatal si su nuevo sirviente le atrapaba burlándose de él, pero, ¡rayos!, era demasiado manipulable—. Bien, espero que sea así —declaró después de aclararse la voz—. En la habitación a la derecha está la cocina. Prepara arroz. Si necesitas algo puedes pedirselo a los demás sirvientes. Mañana te presentaré, pero basta con decirles que es orden mía.
  —¡Si, señor! —gritó Luo Binghe, y haciendo un último saludo de respeto, salió casi saltando de la habitación.
  Ya solo, Shen QingQiu dejó escapar una risilla. Parecía que su “sirviente” estaba lleno de vida. Tal vez no sería malo conservarlo. El problema ahora sería….
  —¡Demonios! ¡¿Ahora cómo le explicaré al hermano Liu y a la hermana Qi que tenemos nuevo sirviente sin siquiera haber pagado el impuesto de este año?! ¡Universo, es tu culpa!

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