2. Las noches de invierno

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El invierno había llegado y con él llegó Elio. El invierno tiñe a Italia como todos los años de blanco y la voz de aquel chico llenaba todas mis noches, con historias de cosas que sucedieron, hizo y otras que no le dio tiempo de hacer. Nuestras miradas se encontraban cada cierto tiempo luego de tomar turnos no designados para mirarnos mientras el otro no se daba cuenta.

Durante aquella noche, luego de estar en el balcón bajo el cielo azul y bajo las estrellas, nos devolvimos hacia adentro para posteriormente recostamos sobre la alfombra roja que cubría parte del frío piso de la sala de estar, junto a la chimenea, el techo era alto, puesto que, estábamos en una vieja casona de uno de mis familiares. La velada fue de lo más agradable, por otro lado, se interrumpió gracias a la tranquilidad y al sueño que invadió a Elio haciendo que se quede dormido. Mis manos pudieron rozar por primera vez su mejilla, fue mejor de lo que esperaba, su piel suave parecía delicada al punto de poder romperse.

Su mano se situó sobre la mía, estaba tibia y cómo su rostro, era suave.

-Es lindo- dijo aún con los ojos cerrados.

- ¿Disculpa?

-Sí, es lindo sentir tus manos- los abrió con cuidado y un brillo en ellos se hizo presente.

No podía dejar de verle, nuestras miradas estaban conectadas al punto de que ambos podíamos sentir los choques eléctricos, mismos que nos hacían erizar al sentir el contacto del otro. Como una pieza de arte, que sabes que no es perfecta, la admiras resaltando sus imperfecciones y con ganas de gritar a todo el mundo que te hace sentir miles de cosas y encuentras la perfecta imperfección, te callas, para no interrumpir el momento de apreciación de otras personas.

Ya de madrugada, cuando el sol está por salir, su voz ronca interrumpe el silencio.

-Regresare antes a casa- su mirada evitó la mía.

- ¿Cuánto tiempo te quedarás?

-Me iré en tres días...

-Regresaras para el próximo invierno, ¿no?

Su silencio me hacía sentir nervioso, el miedo a que no regrese era evidente.

-Mis padres se mudarán, si ellos se van... no tendré excusa para venir.

- ¿Por qué no puedo ser tu excusa?

-Sabes lo que implica- me miró de manera que pude ver la tristeza en sus ojos.

-Lo sé, pero sabes que espero los inviernos para verte y si ya no vienes...

-Perdón- fue su última palabra antes que el silencio se apodere de la habitación.

Ya tardé, nos despertó el sonido de la ciudad, las calles transitadas nos llamaban a salir. Luego de desayunar, salimos camino al campo.

- ¿Elio?

- ¿Si?

- ¿Me dejarías tomar tu mano?

-No creo que sea el momento... alguien nos puede ver.

-Creí que no te importaba.

Su mirada se desvió, lo que me hizo saber que le importa, entiendo que es algo que ninguno de los dos había sentido antes.

-Lo siento- bajó la mirada pensando en los siguientes pasos que daría, mismos que sus piernas no pudieron dar, quedándose quieto ante el paisaje, su cabello era removido por el viento frío de invierno, lo que hizo que su piel se erizaba por el tiempo.

-Está bien- me acerque a él tomándolo entre mis brazos.

-Espera, nos pueden... -lo interrumpir intentando completar su oración para hacerle saber que ya sabía lo que intentaba decir.

- ¿Ver?, Ya se.

Su cuerpo estaba tenso, sabía qué en él fondo quería corresponder al abrazo, sin embargo, le ganaba él miedo a ser visto, su mirada estaba pérdida y sus latidos subían su ritmo ante la adrenalina qué él mismo había creado.

-Si nos deben ver, quiero que vean lo que somos.

-No somos algo que el mundo quiera ver.

-No me importa lo que el mundo quiera ver, solo necesito que tú me veas.

El tiempo transcurro de lo más lento, mismo que nos hizo conectar el alma a través de nuestras miradas, estas se perdían entre las pupilas del otro y cuando por fin se desviaban, volvían a encontrarse. 

Mi Chico del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora