3. Bajo la luz de su mirada

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El trayecto a la casa fue de lo más silencioso, bajo el cielo estrellado nuestras mentes se perdían ante el recuerdo de nuestro roce. De su expresión, el reflejo de la confusión era el dominante frente a demás sentimientos, alegría, tristeza y desidia.

Pasado el tiempo, llegamos a aquella casa, la cual nos acogió, como dos niños llegando a la casa de nuestra madre luego de un día agotador. Nuestro hogar para mí y una simple casa vieja para él. Pareciera que mis sentimientos no serían correspondidos y los de él se quedaron en el campo, cubiertos de nieve y de historias que difícilmente podrán ser ciertas.

Hacer realidad los sueños que se crearon a base de unos sentimientos que posiblemente nunca existieron o que fueron extintos por el miedo al rechazo, es como querer encontrar una aguja en el mar. Aun que deba abstenerme de recitar todo lo que ya he escrito para él, debo dejarlo ir. Hacerle saber que tiene alas para alejarse de mí, llenar su maleta de todos los sentimientos y textos que aún no han sido escritos, pero que son para él y desearle un buen viaje entre las nubes siguiendo la dirección del viento para aterrizar en otra página. Misma que deberá ser escrita en minúsculas para pasar desapercibida y que mi alma no la encuentre.

Bajo la luz de su mirada, que poco a poco fui apagando, quedaran nuestras páginas escritas en cursiva, que poca gente podrá entender, igual que los textos escritos en verso y que con el pasar de los años se transforman en prosa, nuestra historia perecerá en una sola página, llegando a ser un vago recuerdo o un tropiezo.

Los roces formaran parte de un cuento que, con el paso del tiempo, comienzas a darte cuenta que fueron escritos por alguien con poca credibilidad, haciendo que cuestiones su sentido o existencia.

Su voz melancólica entre el silencio y el ruido de mis pensamientos nos interrumpió.

-No sé qué será de nosotros, pero tampoco sé si pueda pasar eso a tu lado- fueron las palabras que pronuncio y por las cuales se hizo una herida en mi pecho.

-Lo entiendo, perdón, pero no tengo más que decir.

-Está bien, al final del día ambos tenemos a dicha de estar aquí.

-No estoy seguro si esto se consideraría una dicha.

-Si no es así, lo lamento.

Quería decirle todo en ese instante, pero el corazón ya estaba roto, el silencio siempre lo asusto, pero esta vez, parecía que era la única salida, el callar los latidos junto al llanto que quería, pero no podía brotar.

-Sé que no es fácil.

- ¿No lo es? Acaso tú, ¿sabes lo que siento? - Mis lágrimas comenzaban a brotar, sabía que esto nos haría la separación más difícil.

-No, tal vez no lo sé, pero igual me duele, no trato de minimizar el hecho de que sea más difícil para ti.

-Lo sé, debo irme.

-Me iré mañana – dijo para terminar en un silencio largo y profundo.

Ambos nos quedamos estáticos ante lo que ocurrió, no tardo mucho para que el tomara sus cosas y se retirara. No estoy seguro de a donde fue, sea cual sea el lugar, se llevó parte de mi con él.

La noche se me hizo eterna, dando vueltas en la cama sin conciliar el sueño. Su voz en mi cabeza repetía su última frase "me iré mañana". No quería que se marche, sin embargo, nos hacíamos daño sin intención.

A la mañana siguiente, me levanté lo más temprano que pude para alcanzarlo en la parada del tren, cosa que, por mi bien no debí haber hecho.

Ahí estaba el, parado frente a la taquilla, comprando un boleto hacia un nuevo destino y un posible nuevo amor, aunque no se con certeza que fui para él.

Mi Chico del InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora