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—Gracias a usted su majestad me liberó antes del tiempo penado. —Parvis se hallaba en una condición demasiado deplorable. Sucia. Su cabello enmarañado. Su delicada piel presentaba rasguños que lentamente irían sanando pero que indudablemente desaparecerían. Fuera de todo eso, ella parecía haber sido alimentada debido a que no perdió su peso normal ni tampoco presentaba el estar más delgada de ello—. Le deberé muchísimos favores, mi señora.

—No hay que agradecer. —era ciertamente satisfactorio el agradecimiento de esa muchacha. Le recordó los momentos en el que ella ganaba casos y sus clientes decían algo similar a lo que Parvis acababa de decir—. Con tener tu lealtad es más que suficiente. —regaló una sonrisa a la mujer delante suyo. Estela, al instante de divisar la majestuosidad de su señora, sus mejillas se tonaron rojas de vergüenza.

—Sí. Le seré fiel. Eternamente fiel. —cayó de rodillas delante suyo. Fue preocupante debido a que lo hizo demasiado rápido y no tuvo cuidado con el no golpear sus rodillas.

—¡Ten cuidado! —pidió sonando enfadada—. Podrías herirte si haces algo así. No lo vuelvas a hacer.

—Pero... —se mostró bastante sorprendida ante ese pedido— es una regla que debe de cumplirse sin importar qué.
Es usted la madre de un príncipe, merece que estemos a sus pies.

—Claro que no. —ayudó a que ella se levantara del suelo jalando de su brazo con cierta fuerza—. De ahora en adelante, si realizarás una reverencia, lo harás de esté modo. —realizó ella la reverencia sutil, aquella que usualmente se conoce o se llegó a ver en ilustraciones y/o en la tv—. Es aceptable para mí.

—Su majestad podría enfadarse demasiado.

De eso no me caben dudas

—Deja que yo me entienda con su majestad. —aclaró ella sintiéndose segura de sus palabras—. Ahora solo vamos a enfocarnos en preparar todo para el viaje. Antes de eso, puedes ir a darte un baño y descansar un poco.

—Me alistaré y vendré con usted, descansar puedo hacerlo en otro momento. —dijo tomando rumbo a la salida con toda prisa para poder realizarse un lavado profundo y vestirse adecuadamente para poder ayudar a su señora a preparar el equipaje que llevarían en el viaje al sur.

—Vaya. —bufó con cansancio.
Desde aquella noche en el Palacio Escarlata, su majestad no ha dejado de enviarle regalos hostentosos. De entre vestidos, a rosas y joyería. No se quejaba en absoluto ¿quién se quejaría por recibir un cuarzo de tonalidad rosa en forma de gota de lágrima? Era tan hermoso y gigantesco, quizás más grande que la misma joya de la Corona Imperial Británica. Aquella que brilla en medio de la corona. ¿Era esté el estilo de vida de una concubina?, ciertamente era grandioso pero aquello, antes oído del mismo emperador la misma noche que sucedió su encuentro carnal, la dejó ciertamente preocupada.

𝐁𝐄𝐓𝐒𝐀𝐁𝐄────who made me a princess?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora