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—¿Qué dices? —observó a la dama de honor bastante admirada. Las palabras que Estela dijo hace momentos atrás podrían bien y ser un mal chiste para ella misma.

—Señora, —hasta la misma pelinegra estaba asombrada por lo que decía. Nadie se habría esperando que ella fuera hasta el Palacio Garnet por su propia cuenta— su majestad, la Emperatriz está aquí y aguarda tener una audiencia con usted, ella lo exige inmediatamente.

Debe de ser una broma de mal gusto. ¿Qué es lo que ella haría en el palacio de la amante de su esposo?

—Que más guardias suban hasta el dormitorio de Claude. —no podía ni siquiera dejar al cachorro al descuido, un león demasiado peligroso estaba dentro de sus territorios—. No dejen que nadie de poca confianza ingrese a él. ¿Entendido?

—Sí, mi señora. —señaló en su camino cinco oficiales para que estos mismos fueran con ella hasta el dormitorio de Claude.

Ahora eran siete los que custodiaban la puerta del segundo príncipe. Tres más estaban dentro del cuarto, vigilando con una mirada demasiado atenta a la cuna en donde el pequeño príncipe dormía su siesta.

—Que lleven té y galletas. —volvió a ordenar a una de las criadas.
Pensó: el que la emperatriz halla ido a visitarla no debe de ser para que entre ambas halla un acuerdo de paz. En una relación así nunca habría un acuerdo entre ambas partes. A no ser que la misma soberana desee el mantener solo su corona y no al emperador, lo que es muy claro que eso no es así. Vino quizás a declararle una guerra.

Miró donde el cajón de aquel tocador. Dentro de él se hallaban todas las joyas, obsequios de su majestad. Ir con algunas ¿Sería tomado por ella como una ofensa?

—Estela. —la dama de honor había regresado, para informarle el hecho de que el cuarto de Claude estaba fuertemente custodiado afuera y dentro por los oficiales más fuertes del palacio—. Vamos a prepararnos.

—¿Prepararnos, mi señora? —miró a la rubia confundida. La sonrisa en Betsabé era radiante y hermosa. Escondía bastante sinismo.

—Así es. —alegó ella—. No puedo recibir a su majestad de esté modo.

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Observaba aquel retrato meticulosamente. El marco era de oro, lo podía notar y se lo restregaban a la cara debido a que uno de los mayordomos cumplía su deber puliendo el mismo con demasiado cuidado.
El lienzo era bellísimo. Su majestad había usado un atuendo encantador para aquella ocasión. Aquella mujer también se veía reluciente, como el niño en sus brazos.

𝐁𝐄𝐓𝐒𝐀𝐁𝐄────who made me a princess?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora