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Los humanos y los lobos han vivido en paz por años, todo gracias a una simple condición: no meterse en los asuntos del otro. Así como ningún humano puede relacionarse con los lobos, lo mismo sucede con ellos.

Los lobos no son simples bestias como la mayoría de las personas cree, son criaturas mágicas que han vivido alejados de toda civilización por la misma razón.
Tener el poder de transformar su bestial apariencia en una humana era algo que temían los aldeanos, ninguno de ellos podía entender tal comportamiento y por lo tanto, lo temían.1

Si algún humano se involucraba con un lobo, era expulsado de la aldea y se le prohibía cualquier acercamiento. En el momento en que se involucraba con un lobo, se convertía en uno de ellos.
Era por eso que los aldeanos evitaban cualquier contacto con esas criaturas, además de que el miedo los paralizaba, después de todo, eran criaturas peligrosas.

Park Roseanne creció con esas creencias y las siguió al pie de la letra. Estaba en edad de casarse y algunos chicos de la aldea estaban tras ella, era una chica realmente hermosa a los ojos de cualquiera y eso había atraído varias miradas masculinas, y no solamente humanas.

— Recuerda que las galletas no deben...

— Mamá.- la chica la detuvo. — Siempre le llevo esto a la abuela.- alzo el pequeño canasto en donde estaban todas las frutas y aperitivos que debía llevar.

— Lo sé, lo siento.- se disculpó riendo. — Es la rutina de madre.- apretó los labios y observo a su hija. Era una belleza y no solo lo pensaba porque era su madre, Rosé era preciosa y algún hombre debió notarlo, estaba convencida de que pronto se iría de casa para crear su propia vida. — ¿Qué hare cuando un hombre pida tu mano y decidas irte?

La rubia miró tiernamente a su madre. Desde hace un tiempo solo eran ellas dos, su padre había fallecido varios años atrás pero lograron salir adelante apoyándose mutuamente.
Jamás dejaría a su madre, era por eso que seguía cada regla de la aldea, aunque había algo que arruinaba sus planes.

— Mamá.- la reprendió.

— Sé que aun no quieres casarte, pero es solo porque no has encontrado al indicado.-aclaró rápidamente. — Hay muchos interesados en ti, cariño, debe haber alguno que haga latir tu corazón al menos un poco.

— Todos son muy amables, pero aun no encuentro al indicado.- se coloco su capa roja cubriendo su rubia cabeza y beso la mejilla de su madre. — Lo sabré en cuanto lo vea, por ahora no te preocupes por eso.

— Eso no me tranquiliza, Rosé. Quiero muchos nietos.

La rubia soltó una carcajada. — Me iré primero.- avisó y abrió la puerta.

— Ten cuidado, los aldeanos dicen que vieron un lobo merodeando por el bosque. Si te encuentras con uno, sube a un árbol y escóndete.

Un lobo merodeando por el bosque.

Eso en si era demasiado raro, las únicas veces que se aparecían en la aldea era para reuniones sobre el acuerdo y solamente era el jefe de la manada con algunos de sus lobos protectores.
La mayoría de los aldeanos se ocultaba en casa durante cada reunión, su miedo era mayor que cualquier cosa.

—Si.- trato de sonar lo más convencida posible. Se despidió de nuevo de su madre con una mano y se adentro en el bosque.

Tres veces a la semana Rosé acostumbraba a llevar un canasto de comida a la abuela. No era ningún familiar o algo parecido, solo era una de los jefes de la aldea, las personas quienes mantenían la paz en el lugar.

La abuela siempre dijo que los lobos no eran peligrosos, pero nadie jamás la escucho, es por eso que se aparto de la aldea.
Solo por ser diferentes a los humanos eran temidos, comprendía perfectamente sus sentimientos pero los relatos de los aldeanos la asustaban.

Una feroz condenación |RoseKook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora