010.

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Todo comenzó en una noche de luna llena cuando la manada salió a declarar su agradecimiento y devoción a la diosa Ha-neul. La madre de la naturaleza y misteriosas criaturas al interior del bosque.
Su manto negro rebosante de estrellas eran las luces de la celebración del espíritu de la diosa que iluminaba al cielo en su totalidad.
Los individuos transformaban sus cuerpos en formas más místicas y poderosas, corriendo en cuatro extremidades. Sin temor se adentraban aventureros en el camino hasta llegar al borde de la montaña y aullar hacia el cielo.
Sus gritos eufóricos anunciaban toda una celebración. Los zagales jugueteaban ante los ojos de la diosa, orgullosos de probar su juventud y potencialidad hacia la adultez que les esperaba. Algunos de los lobos más jóvenes se unían a ellos, al igual que los cachorros, evidenciando el gran lazo de unión en la manada. Mientras que los demás y algunos licántropos ancianos, apreciaban el resplandor de la lluvia de estrellas en el cielo. Esas estrellas eran el espíritu de aquellos que ya no estaban en vida a su lado. Sus antepasados danzaban en el paraíso junto a la diosa.

Una imagen imposible de olvidar. No existía nada más hermoso que esa vista. Nada jamás podría opacar la belleza de una deidad y nada jamás llenaría a su corazón de tanto amor más que sus hermanos y hermanas lobos frente a sus ojos.

Gong Yoo amaba a la manada, sería suya después de todo.

Al ser el macho alfa e hijo mayor del líder, la manada pasaría a ser su responsabilidad, solo cuando su padre ya no pudiera estar al frente. Era una labor por la cual daría su vida y lealtad en alma hasta el fin de los tiempos.
En una época de guerra con los humanos que no parecía tener fin, su fidelidad debía estar centrada en perseverar la vida de su manada. Como futuro líder y soldado lo había jurado con sangre ante la diosa en el día que se convirtió en adulto y reflejó su madurez.

Su primer y cada deseo en luna llena era por fin encontrar a su pareja destinada. Una hembra con la cual pudiera proteger y formar la familia que tanto deseaba. Sin embargo, la diosa le negaba en cada ocasión lo único que anhelaba cada año. Las temporadas pasaban y él no se hacía más joven.

Gong Yoo se preguntaba qué pasaría si no había alguien para él. Tal vez la diosa no apetecía sus intereses o tal vez no era el momento indicado.
De cualquier forma, él esperó. Perseveró por su turno de la felicidad. Pero el destino le tenía una sorpresa esa noche de luna llena.

Fue su canto o quizá fue su aroma. Probablemente fueron ambos.

El viento soplaba fuerte durante las sombras del otoño en el bosque. Una humana no debería vagar sola. Pero entonces se aceró para observarla de cerca, para poder percibir ese aroma tan dulce y peculiar.

Sus instintos más fuertes fueron lo que le obligó a separarse de la manada de regreso al campamento. Algo dentro de él le insistió a romper la formación y salirse del camino en busca de ese ser que lo llamaba dentro de su cabeza. Lo sentía también en sus venas.

Su sorpresa fue colosal al contemplar que se trataba de una humana. Una mujer preciosa, con rasgos finos y delicados, como si se tratara de la nobleza. Sus risos llegaban a su cintura, curvos en un color oro que rebosaban con la luz de la luna. Era como si la diosa le indicará el camino hacia esa mujer y le dijera ''Mírala, hijo mío. Ella es a quien estuviste esperando''.

Aunque eso no podía ser verdad.

Los licántropos no se mezclaban con los humanos. La guerra entre ambas especies solo generaba más odio y miedo uno hacia los otros, creando un ambiente de enemistad profundo.
La diosa debía estar confundida. Más sin embargo, ¿Cómo podría dudar de las decisiones de una deidad del cielo? Ella quien a lo alto observaba a sus hijos y los guiaba con sabiduría hacia una vida mejor

Una feroz condenación |RoseKook.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora