Viernes

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Viernes

Fue un viernes.

Fue un viernes el día en que cogí valor y fui a visitar a mi padre a la prisión, dispuesta a iniciar el proceso de curación de su corazón... dispuesta a, con el tiempo, perdonarlo por su error.

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Fue un viernes.

Fue un viernes el día en que sorprendida vi como mi padre se unía a la batalla final contra Kuvira.

Estupefacción fue lo que sentí, pero a la vez una gran alegría por verlo, esta vez, en el bando correcto, por poder trabajar con él nuevamente, codo a codo completando ideas y en ese silencio tan cómodo.

Tan agradable fue ese pequeño lapsus de tiempo... imposible saber que iba a ser la apertura a un inexorable sufrimiento.

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Fue un viernes.

Fue un viernes después de aquella batalla cuando finalmente pude a mi padre darle un digno entierro.

El estado catastrófico en que había quedado la ciudad había retrasado los servicios fúnebres; y si a eso se le sumaba la agobiante tarea de recuperar entre los escombros el cuerpo de quien en vida fue Hiroshi Sato... fue un trabajo espeluznante, asfixiante... vomitivo por lo incapacitante... su forma de morir había sido de las peores, de todo menos agradable.

Intenté ser fuerte, me prometí a sí misma serlo. Pero no pude, no pude, no pude...

Cuando pasó la adrenalina de la batalla y de nuestra agridulce victoria, caí en una espiral descendente, hacia el más hondo de los abismos... así que ella estuvo allí.

Ella fue la que, en aquella devastada área donde nada se reconocía y que hace tan poco tiempo había sido la más basta urbe del mundo, se dispuso junto a su mascota experta rastreadora a buscar los restos de mi difunto padre, sin descanso, hasta recuperarlos.

Ella fue la que llamó a la policía para hacer el levantamiento del cadáver y colaboró con ello.

Ella fue la que agilitó el trámite legal presionando a Lin para que no me importunara más que para lo estrictamente necesario, saltándose incluso algunos procesos protocolarios.

Ella fue la que estuvo a mi lado cogiendo mi mano mientras la tierra comenzaba a cubrir aquel féretro, anunciando el final del íntimo entierro.

Ella fue, y se lo agradezco... porque en ese momento yo no estaba allí.

Yo sentía también haber muerto.

También ella fue la que, sin tener que pedírselo y sin avisar, se mudó temporalmente a mi mansión el mismo día del término de la batalla, para cuidarme por el reciente duelo.

Excepto cuando tenía que tratar aquellos engorrosos trámites, se mantenía a mi lado; me cuidaba, me alimentaba, me peinaba y me motivaba a asearme.

Sé que fui ingrata con su ayuda y más de una vez sé que la asusté; como cuando no salía de la bañera y tuvo que, tras largos minutos llamándome sin obtener respuesta, irrumpir en el cuarto de baño encontrándome acuclillada, mojada y desnuda llorando en el suelo. Con el miedo reflejado en el rostro y a la vez el mayor de los cariños me envolvió con la toalla y me cargó a la cama, me secó y vistió con tal delicadeza, como si fuera la muñeca más valiosa del mundo, para después sentarse a mi lado y acariciar mi cabeza hasta que finalmente me quedé dormida.

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