El final de la Guerra

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"Se parece a mamá. Todo fachada y por dentro sufriendo. Ha levantado un muro y cuando caiga, tú serás la que tenga que recoger las piezas."
—Leo Nerja.

Ya contaba con tres años. Tres años en los que lloraba todas y cada una de las noches que pasaba en profunda soledad. Noches en las que si no lloraba ella, lloraba Pío, y debía secarse las lágrimas rápidamente para atender al menor de todos sus hijos.

Aquella noche de tormenta, su pequeño dormía plácidamente en la cuna, en la misma habitación que Eric. Acarició el pelo castaño y liso de su hijo de cinco años y luego dejó un dulce beso en su frente. El niño esbozó una sonrisa entre sueños.

Salió del cuarto en silencio, una técnica que había adquirido tras nueve hijos. Se paró en mitad del corredor y observó cómo las gotas de lluvia salpicaban el cristal de la ventana en el fondo del pasillo. Una gran cristalera cuyas cortinas estaban corridas y daban vistas al mar, era salpicada constantemente por las gotas de agua de la gran tormenta que agitaba la playa. Suspiró, esas cortinas no se habían corrido solas. Se acercó al vidrio y lo rozó con las yemas de los dedos, finas y suaves.

La bella mujer, rubia de ojos castaños, observó el oscuro paisaje que se presentaba a través del vidrio. Tras largas sendas hechas por No-mágicos y otras hechas por magos, al otro lado de dunas llenas de hierbajos y arbustos, el encabritado mar descargaba su furia contra la arena mientras el cielo se iluminaba y el sonido de un trueno se escuchaba a lo lejos.

Sus facciones finas y hermosas se iluminaron con la luz violácea eléctrica del resplandor de la tormenta. La mujer volvió a suspirar apesadumbrada, habían sido tres años, tres años ahogándose en un profundo infierno. Maldito fuese el día en el que ese desgraciado matase a Valentín, el gemelo de su marido, tan parecidos como dos gotas de agua y tan diferentes como las rayas de dos tigres. Maldita fuese esa noche que como aquella, tronaba y el mar se alzaba violento impulsado por fuertes ráfagas de viento.

—¡Mató a mi hermano María!— había gritado enfurecido un hombre en la habitación. Los gritos de su esposo aún resonaban en sus oídos todas las noches. —No puedo dejar esto así. Mi padre está a punto de matar a cualquier No-mágico que cruce por las rutas, Casilda ha intentado parar a sus hijas pero la pena la consume, es como una rosa marchita que se va muriendo lentamente. Gimena quiere venganza casi tanto como yo, y Valentina y Libia también, Óscar no se queda atrás pero lo han mandado a La Ermita junto con Bruno.— dijo airado con una mirada desafiante. Por un momento, María pudo ver llamas en los ojos azules de su esposo. Sabía que sentía pena, pero la rabia era más fuerte y su voz no se quebró en ningún momento.

La Orden de los Caminantes || Tercera Generación IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora