El Mesías

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"¡Ya no eres un niño marcado! ¡Esto sobrepasa a todo lo que habéis conocido antes! ¡Os enfrentáis a una Revolución que ha sido buscada desde mucho antes del nacimiento de Albus Dumbledore! ¡Os enfrentáis a magia que no conocéis, que sois imposible...

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"¡Ya no eres un niño marcado! ¡Esto sobrepasa a todo lo que habéis conocido antes! ¡Os enfrentáis a una Revolución que ha sido buscada desde mucho antes del nacimiento de Albus Dumbledore! ¡Os enfrentáis a magia que no conocéis, que sois imposibles de comprender, imposibles de dominar!"
—Baltasar Odón.

Una puerta chirrió a lo lejos, pero el gentío era tan grande que nadie pudo escucharla. Un chico de unos veinte años entró en aquel pub muggle, un ambiente desconocido para él. Se le veía nervioso y tenso, extraño en un lugar común. Se rascó la barbilla y mientras miraba al chico entre las sombras de una de las mesas detrás de la barra y dio un tímido sorbo a su copa. Hombres y mujeres bebían, reían, conversaban, jugaban a juegos de azar y coqueteaban, ninguno reparaba en su presencia en una de las mesas más oscuras. Ni tampoco repararon en la presencia de aquel extraño muchacho de su edad que entraba con una cazadora vaquera y unos pantalones rotos.

Todos estaban felices con cigarros entre los dedos y una copa en la mano derecha, un bolso en la izquierda o la mano de otra persona entrelazada con la suya.

El chico siguió avanzando por el lugar, inseguro. Así como lo hicieron sus ojos. Siguiéndolo con mirada atenta y el rostro cubierto por las sombras. Observó sus miradas y su postura recta mientras andaba por aquel sitio que a aquel joven le parecía de lo más sinuoso, cuando en otras circunstancias, si no hubiese nacido con ese poder fluyendo bajo su piel, entrar en ese pub un viernes noche habría sido lo más común.

La luz tenue y amarillenta iluminaba las sonrisas de los consumidores de la barra. El joven echó un breve vistazo, pero allí no encontró a quien quería ver. Y por supuesto no lo encontró a él fundido entre la oscuridad de una mesa solitaria en una esquina. Siguió sus pasos. Sabía que buscaba en aquel sitio Noah Yaxley. El mismo objetivo al que había seguido durante todo el día desde que salió de la Taberna del Proscrito. Desde que dejó a sus Cuervos desplumándose entre ellos. Aquel hombre al que había seguido era de lo más extraño para Noah, podía verlo en su pose defensiva y en sus ojos asustados. Él no lo temía. Una espada no temía a nadie.

El chico, pese a tener su edad parecía más joven. Más inesperto.

Criado con los Rosier, la familia de su madre, que se hizo cargo de él cuando a su padre lo metieron en Azkaban. Un bastardo de sangre pura y apellido noble manchado de crímenes y sangre. Criado entre sedas, no en Gibbering Stump bajó los azotes de Banes y los niños fregando suelos y platos después de las clases; aritmética básica, lenguaje y gramática, literatura, historia muggle y mágica, y ciencias de la naturaleza. Y luego alguno tenía la suerte de ser acogido por magos que buscaban una boca que alimentar y otros... otros recibían la carta de Hogwarts en la habitación que con suerte compartían con cuatro compañeros más, de su misma edad año arriba, año abajo, y pasaban las navidades durante siete años en el castillo hasta que cumplían los diecisiete y abandonaban Gibbering Stump. Todo un sueño abandonar el lugar. Pero sacarse sólo las castañas del fuego era difícil. Banes, pese a sus castigos severos se preocupaba por sus niños, les daba una cuenta en Gringotts con quinientos galeones y mandaba cartas de recomendaciones a negocios del Mercado Carkitt a los que no tenían la suerte de optar a un puesto ministerial o necesitaban dinero para irse a estudiar a la facultad de Transformaciones o a la de Pociones y Alquimia. A la Academia de Historiadores o a la Escuela de Estudios Superiores de Encantamientos, Hechizos, Contrahechizos y Maldiciones.

La Orden de los Caminantes || Tercera Generación IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora