I

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La nueva vida que le habían prometido al aceptar aquel anillo en su dedo.

Una nueva vida llena de felicidad, compañía, sinceridad, calidez y entendimiento... Una vida diferente a la que había llevado siempre. Una vida de soledad y poca sensación de entender los sentimientos del amor.

Toda esa vida que le prometieron al aceptar casarse con aquel sujeto que alardeaba amarle.

Toda esa nueva vida.

Era mentira.

—Horikita, las chicas de la oficina saldremos a beber, ¿Te unes? —le invitó amistosamente una de sus compañeras.

—No gracias. —se negó cortante.

—E-eh... está bien. Hasta luego...

Horikita tal vez ya lo sabía. Pero esa iba a ser la última vez que aquella chica feliz la invitaría a una salida.

Su trabajo era como el de la mayoría de la población. Una oficina llena de otras personas, cada una más particular de la otra, pero, a fin de cuentas, estas constituían a la gran masa de empleados que los más grandes podían pisotear e incluso arruinar su vida con una simple decisión o capricho.

El estar consciente de eso, le hacía odiarse a sí misma de pertenecer a aquella masa. Pero poco podía hacer. La vida era injusta, y para las personas como ellas, frías e incomprendidas, era mucho más cruel.

Era muy eficiente a la hora de trabajar. Llenaba formularios, informes, y muchos más documentos a gran velocidad. Gracias a esto podía salir mucho más temprano que las demás, llegando con mucha antelación a su hogar.

Además, el salir temprano le haría evitar la presencia de su esposo, quien trabajaba al lado opuesto de ella. En el mismo edificio, pero dos plantas más arriba.

Para ella el pertenecer a la masa pisoteada y mal vista era penoso. Pero pertenecer a la masa que lamía los pies de los poderosos en busca de una gota de poder... era mucho peor.

—Mira, mira... —murmuraba una pequeña cantidad de personas— Al parecer los de arriba llamaron a Ayanokouji-kun...

Como si fuese alguna clase de reflejo. La curiosidad había llevado los pies de Horikita hacia la escena que se había formado al medio de la oficina.

Nunca había escuchado ese apellido, por lo que saber quién era simplemente le dio curiosidad. Y cuando se abrió paso de entre sus compañeros...

Aunque no lo quisiese así... su esposo también estaba metido en eso.

—Los jefes te quieren allí. —dijo algo molesto.

—Mi turno acabó hace unos minutos. Ya terminé todas mis tareas. Hasta mañana. —se despidió ignorando al pelirrojo.

—No te irás. —dijo sosteniéndolo fuertemente del brazo.

Antes de poder negarse a ir con el pelirrojo. Ambos, castaño y pelinegra hicieron contacto visual por tan solo un segundo. Segundo que le valió al castaño para entender algo. Ella estaba apenada y avergonzada por lo que estaba sucediendo. De ahí sospecho de la relación de ambos. Sudou tenía algo, un punto débil más que explotar.

Para la pelinegra, su mirada vacía le había abrumado unos segundos, pero, luego descartó numerosas ideas nacidas en su cabeza. Él pertenecía al igual que ella, al piso de los pisoteados.

—Vámonos. —habló nuevamente jalando al castaño hacia el ascensor.

Al ver como el pequeño intercambio de palabras entre ambos hombres acababa, la gente empezó a dispersarse poco a poco. Era muy común ver enfadado a Sudou, pero, era muy extraño observar a alguien resistirse al menos un poco.

Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora