III

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¿Cómo te fue con los de arriba, Kiyotaka-kun? —le preguntó curiosa una de sus compañeras de oficina.

Pues nada bien. Tuve algunos errores al momento de subir registros al sistema.

Oh... no te preocupes, verás que pronto no cometerás ningún error. —trató de animarle con una sonrisa.

Gracias.

Dándole un par de palmaditas en la espalda y a su cubículo, su compañera le dejó trabajar en la soledad que tanto apreciaba.

«Si consigo acabar con toda la organización, todas las personas, ya sea de este piso, el de arriba, el de abajo o el que sea, serán despedidas. Me sienta un poco mal que haya daño colateral, pero es inevitable. No puedo manejar todo.»

El llenar registros era su forma de no pensar en cosas que dañarían su brújula moral que ya se encontraba levemente dañada, pero eso no evitaba que pensara en sus compañeros, los cuales le habían tratado muy bien las últimas semanas, y, como era usual en el castaño, él buscaría una salida para ese problema. Ya sea olvidándolo o resolviéndolo.

Mientras tecleaba rápidamente en el computador de su escritorio, un pelirrojo bajaba del ascensor, recogiendo los formularios que le habían pedido los de arriba. Este quiso saludar a su esposa, pero esta lo ignoró. Eso le dolía un poco, ya que, incluso al haberse ganado el lugar como su esposo, parecía simplemente tener el nombre, ya que en el fondo, no parecía ni ser su amigo. Era como un trofeo... frio y distante.

Cuando caminó por toda la zona, finalmente se encontró con el que le había retado hace unos días, se había encontrado con el cubículo de Ayanokouji Kiyotaka.

Con la excusa de recoger los formularios que ya había llenado, se acercó lentamente hacia él, y cuando estuvo a su alcance, lo abrazo por el cuello con su antebrazo.

Hola amigo. —saludó tratando de aparentar amabilidad.

Pero esta era absurdo. La fuerza que ejercía era cualquier cosa menos amable.

Con algo de dificultad, Ayanokouji agarró el brazo de Sudou y la apartó.

Hola. —saludó con cierta dificultad.

Esto le sorprendió a Sudou, quien apartó algo fastidiado su brazo del castaño. No pensó que alguien aparentemente no tan fuerte, pudiese tener la suficiente fuerza como para apartar su brazo.

Tal vez suponiendo más cosas pudo haber llegado a una respuesta... pero simplemente dejó que su molestia nublara ese tipo de pensamientos.

Cogió con molestia los registros, los arrugó levemente, y se los llevó.

«Hay personas que tal vez no merezcan perder su trabajo. Pero creo que sentiré un leve disfrute al ver como obtienes lo que mereces. Aunque no soy nadie para hablar. Yo nunca recibí lo que merecía, ni creo hacerlo.»

Recordando las numerosas cosas que había hecho en otros casos, estiró sus manos y se dispuso a seguir trabajando. Y no en los registros que llenaba, si no en el informe que haría por la noche.

Mientras el castaño estiraba de vez en cuando el cuello por la molestia que había sentido por el abrazo de Sudou, Horikita Suzune le miraba de vez en cuando avergonzada.

Es verdad que no compartía una relación tan fuerte con Sudou, pero el mero hecho de ser su esposa, y verlo actuar como un bully de secundaria, era simplemente vergonzoso.

Y, como su esposa, trataría de disculparse por él.

O al menos eso se hizo creer a ella misma.

Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora