3. Obsesión

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—... solo? —preguntó el doctor Cullen—.

Lo miré con extrañeza, a duras penas había escuchado la última parte de lo que me dijo. Me sentía demasiado cansado, lo cual era raro ya que ayer me dormí temprano. Suspiré y me obligué a separarme de la pared —en la cual me había apoyado desde que empezó a examinar a Renesmee—.

— Disculpe, eh, no lo escuché —parpadeé lentamente, tratando de despertarme—.

— Te pregunté si estás apto para conducir tú solo —parecía preocupado— Te veo cansado —.

— Eh, si si... yo puedo conducir —.

Parece ser que fue una mala idea mirarlo, su perfección me embobaba de un manera... extraordinaria. La forma en que hablaba, la manera en la que sus labios se movían ¿a qué sabrían esos labios? Se veían dulces y suaves... 

— Ve al baño —cortó mis pensamientos— y lávate la cara, de ahí puedes irte a casa.

— Eh, de acuerdo, gracias doctor —él asintió— y... esto... Cuídese, digo... los dos... cuídense —tartamudeé—.

— Tu también, cuídate —sonrió—.

— Chau —se despidió Renesmee. 

Salí de la habitación con la cara roja, ¿qué me pasaba? ¿por qué rayos tartamudeé como un tonto? Agh, traté de dejar eso de lado y me concentré a ir a un baño para echarme un poco de agua y despertar del todo. Cuando entré a uno, estaba raramente vacío. Ni siquiera le tomé importancia, me dirigí al lavamanos y abrí el grifo, el agua estaba helada así que me mojé la cara para quitarme el sueño. 

Cerré los ojos y me llegó la imagen de ese doctor a mi mente. Era un adonis para mí. Sus ojos color ámbar me recordaban al topacio, tan brillantes y con cierta chispa en ellos. Su rostro pálido pero perfecto, su sonrisa era la más cautivadora que haya visto. Su cabello rubio que se veía tan suave...

Abrí los ojos y miré el espejo en frente mío. La imagen perfecta de él se había grabado con fuego en mi cerebro, me sentía... feliz. Su voz aún sonaba en mi cabeza, su perfecta voz. Salí del baño aún idiotizado por el recuerdo de ese hombre, mi mente se aferraba a esa imagen hasta que lo volviera a ver. 

Conduje hasta casa con una sensación rara, me sentía observado y de vez en cuando paraba en la carretera para revisar a mi alrededor. Esto no me gustaba en lo absoluto así que aceleré. Cuando llegué, cerré la puerta de mi casa con cansancio, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no dormirme mientras manejaba.

Dejé mi mochila sobre el mueble y estaba por subir las escaleras cuando mi celular sonó. Lo ignoré y subí al cuarto. Eran apenas la 1 pm y no sentía ni una pizca de hambre así que preferí tumbarme en la cama.

Tenía muchas dudas rondando mi mente: ¿Qué le diría a Renesmee? ¿Tendría el suficiente valor para ir a clases mañana y enfrentarla? ¿Cómo podría justificar la velocidad con la que llegué a ella? ¿Le diría algo a su padre? Sonreí al recordar al doctor Cullen pero me enojé conmigo mismo por pensar de esa forma, para mí no había opción, apenas termine la secundaria me iría lo más pronto posible.

En cualquier momento, él tendría hambre y saldría para alimentarse. Yo no lo podría controlar y desaparecería por días, ya pasó y volverá a pasar. Lo que no soportaría es que, en un escenario completamente nefasto, sea el doctor Cullen una de sus presas. Eso jamás me lo perdonaría.

O también cabía la posibilidad de que esas cosas me encontraran y, de alguna u otra manera, lo lastimaran. De solo pensarlo, una descarga de temor me recorrió el cuerpo.

Con esas ideas en mente, el cansancio me venció y me quedé dormido.













Narrador omnisciente:

Edward subió con cuidado la ventana hacia el cuarto del compañero de su padre y la abrió en silencio para adentrarse en la habitación. Escuchaba los lentos latidos del chico rizado y sonrió. Se acercó vacilante a la cama, siempre atento por si alguno de sus hermanos estaba cerca. 

Se sentó junto al adormilado joven y le acarició la mejilla, dejó reposar la mano en su cuello, donde corría su sangre con un ritmo particular. Se atrevería a decir que su sangre era más tentadora que la de Bella. 

Santiago se removió pero no se despertó, estaba en un sueño muy profundo, ignorando la presencia del vampiro. Desde que Edward supo de la llegada del compañero de Carlisle, quiso conocerlo aunque sea de lejos. Sin embargo, lo que era una simple visita desde lejos se convirtió en una necesidad en cuestión de horas.

A Edward no le interesaba que el chico era el compañero de su padre, Santiago lo amaría cueste lo que cueste.

A veces la propia familia puede ser el peor enemigo.














Secretos | Carlisle CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora