Capítulo 4.

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Pasaron algunos meses, a decir verdad me empiezo a dar cuenta que empiezo a recordar mis días de juventud con dificultades mayores a las esperadas.

A decir verdad hay veces ni reconozco quien soy, pero a ella siempre la recuerdo desde la primera vez que la vi aquel día tirando de aquel ataúd, su cara ha envejecido y su belleza se ha esta añejando todo este tiempo, haciéndola más exquisita de catar, como la primera vez, si. Como la primera vez.

Desde que tome aquel susudicho empleó, nada más que nada menos la monotia era la que había estado apoderándose de mi tiempo.

Un día como otro, regresaba cuál esclavo cansado, una suave brisa acompañada de relámpagos que iluminaban en la oscuridad ya puesta anunciaban una tormenta   empezó a hacer acto de presencia cuanto estaba a considerable distancia de mi casa, cuando la ví a ella, la misma chica del ataúd con aquella inmortal mirada hostil, apresar de mi cansancio esbocé mi más elaborada sonrisa la cual pareció dar efecto contrario al que esperaba.
-¿Y tú qué?- me dijo arqueando una ceja.
-¿Yo que?
-¿Vas haciendo esas muecas siempre?
-Claro que no. Ahora me tengo que ir a casa, deberías hacer lo mismo.
-No me dices que hacer.
-Ok- dije retomando mi camino cuando escuche que dijo algo por lo bajo, me pregunte dos veces si debería de ir.
-¿Que fue lo que dijiste?- dije con un tono ya un tanto arto de la conversación.
-Que tampoco es como si tuviera a dónde ir.
Me le quede viendo y desde ya arrepentintiemdome por lo que estaba a punto de decir.
-Puedes venir conmigo si quieres.
No hubo respuesta y se fue rumbo a un oscuro callejón, visto esto retome mi camino cuando de repente empecé a escuchar alquel peculiar sonido del ataúd que venía siguiendo mis pasos.
-Supongo que si vendrás conmigo.

Después de 10 minutos caminando en total silencio llegamos a mi casa.
-Puedes entrar y dejar tu chaqueta en ese lugar.
-Ok.
-¿Cuántos terrones de azúcar gustas?
-Nisiquiera te he dicho si quiero café.
-Si no lo quieres me lo bebo yo, no hay pierde.
-4 de azúcar porfavor.
Le ofrecí la humeante café de café y me instale en el sofá paralelo al que ella se había auto invitado e instalado, me percate enseguida que había decidido estacionar su maleta-ataúd en medio de la sala.
-¿Que es lo que cargas ahí?
-Que te importa.
-¿Es necesario que seas así se descortés?, Después de todo eres mi invitada.
-Me voy.
-Haz lo que quieras.

Se disponía a ir, cuando la tormenta más grande de ese año se hizo presente.
-¿Dijiste?- le lance en aire burlón.
-¿Disfrutas la victoria?
-Como no te puedes imaginar- dije bebiendo café e intentando disimular que me había quemado la boca.
Me pareció ver qué sonreía.
-¿Te vas a  quedar ahí parada?, No te puedes ir por mucho que quieras, ya mañana pasada la tormenta te puedes ir.
-Ok.
-Ire a dormir, puedes dormir en el sofá.
-¿No cenas?
-El café me es suficiente, si gustas puedes servirte lo que quieras de la cocina y hay mantas limpias en el armario del pasillo para que te tapes.
-Gracias- dijo dirigiéndose a la cocina.

La noche fue en lo más ruidos, pero con el cansancio como aliado no tarde en conciliar el sueño.

Un exquisito olor proveniente de la cocina me despertó, me levanté me enfunde mi bata y salí a ver qué pasaba.
Encontré a María haciendo un delicioso desayuno, huevos, tocino yun café que olía y se veía mil veces mejor al que yo hubiese podido preparar.
-Buenos días- dije alegre desde el fondo.
-Buenos días- me ofreció sonriendo.
Su sonrisa era linda.
-Veo que eres buena cocinera.
-Como no has cenado, seguro te levantabas hambriento. Ve a la mesa, he recogido el diario puedes leerlo mientras termino acá.
Sin tener que responder obedecí cuál niño y estuve esperando unos minutos leyendo el diario hasta que ella empezó a preparar la mesa y empezó a llevar toda la comida.
Comimos sin mediar mucha palabra ma que mis elogios a aquel exquisito desayuno, alfinalizar entre ambos levantamos la mesa y yo negándome los platos.
-Gracias- dijo.
-No es nada, gracias ti has hecho un desayunó excepcional, no puedo permitir que laves los trate también.
-No, gracias por dejarme pasar la noche. Ya me voy.
-Puedes quedarte cuanto gustes.
-¿Porqué?
-Vivo solo, no diría que no a la compañía de tan buena cocinera.
-Pero yo...
-El cuarto de visitas está libre, solo tendría que sacar al ático unos cuantos muebles viejos. Toma tu decisión, tengo que ir al trabajo, por cierto si decides quedarte hazme favor de poner en un lugar más discreto tu ataúd.

Los esqueletos del caserón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora