Lucía:
Me quedé de pie en la salida del aeropuerto, mirando el tráfico de locos que había en las calles ¿Qué esperaba? Eso era Nueva York. Inspiré profundamente, en ese lugar haría mi vida por un tiempo, aunque de solo pensarlo me diese dolor de cabeza. Allí de pie era muy poco probable que consiguiera un taxi por lo que di la vuelta y me dirigí al estacionamiento del aeropuerto con mi maleta a cuestas, en busca de alguien que me llevará a mi nuevo departamento; me prometí que para la próxima mudanza el traslado de mi auto sería al aeropuerto, así podría irme tranquilamente. Caminé entre los autos por un tiempo, sin que nadie se cruzase en mi camino. Entonces vi a un hombre joven, que no debía tener más de 30 años, a punto de subir a su auto; él vestía un traje negro, con su corbata y todo. Sonreí satisfecha mientras apresuraba el paso en su dirección.
Cuando pasé a su lado lo miré tímidamente mientras dejaba que mi mente envolviera la suya, al él le gustó lo que vio de mí y no lo culpaba, mi altura sumada a mis caderas anchas y cintura diminuta podían resultar muy atrayentes; sus pensamientos indicaban que quería hablarme, solo le di un pequeño empujón en la dirección que yo quería. Seguí caminando, mirando al frente.
—¡Señorita!— sonreí divertida, dando la vuelta.
—¿Si?
—¿Necesita que la lleve a algún lugar?— se llevó una mano a la nuca, disimulando su nerviosismo. Sin darse cuenta de que así me mostraba su anillo de casado. ¡Oh! Tenía a un pequeño pecador. Que lamentable.
—¿De verdad?— me esforcé en mostrar entusiasmo— en serio lo necesito, soy nueva en la ciudad y estoy… un tanto desorientada.
—Pues vamos— dijo abriendo la puerta del copiloto en un gesto caballeroso— yo la llevo donde necesite.
Me subí al auto y dejé que él guardara mi maleta, cuando subió le di la dirección de mi departamento. Suspiré, cansada, mientras él ponía el auto en marcha; cuando quiso iniciar una conversación, eliminé la idea de su mente, de repente ya no estaba de humor para jugar con un humano. En cambio, me quedé mirando por la ventana, asimilando el bullicio de mi nuevo entorno.
Odiaba mudarme. Pero era lo único que había hecho durante toda mi vida. No podía permanecer mucho tiempo en un lugar o la gente notaría que no envejecía; algo muy normal al ser un Ángel Oscuro, contábamos con lo más cercano que existía a la inmortalidad. Claro que el resto de los Oscuros gozaban del acceso al Reino Oscuro, donde podían vivir con tranquilidad entre los suyos; yo en cambio, era una exiliada, vetada de mi reino, condenada a vagar por el mundo en soledad. El Rey Oscuro solía ser muy temperamental y yo me había encargado de llevarlo al límite de su paciencia, convirtiéndome así en la primera exiliada del Reino desde nuestro ascenso. Y fue así como el Rey decidió condenarme a la tortura más cruel: la soledad.
Pasamos sobre un puente y vi como las calles de la ciudad se hacían cada vez más deprimentes hasta que me encontré mirando los suburbios de Manhattan, mi nuevo “hogar”, entonces, tras dar unos cuantos giros, nos encontramos frente al edificio donde viviría. Me bajé rápidamente, obligando al hombre a hacer lo mismo para bajar mi maleta. Una vez la puso frente a mí, colocó sus manos en sus caderas, apartando el saco de su traje del lugar. Me dio una mirada lasciva, un tanto asquerosa.
—¿No te parece este un lugar peligroso para una mujer como tú?
—No, lo peligroso es lo de menos— comenté altanera, él no sabía que lo más peligroso en ese lugar por mucho era yo— pero gracias por traerme— agregué tomando mi maleta y comenzando a caminar. Él me miró decepcionado, esperaba algo más que un simple agradecimiento.
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Poco Compatibles
FantasíaSoy un Ángel Oscuro. Más específicamente, una Desterrada. Desterrada por no ser lo que el Rey desea. No soy normal, estoy defectuosa. Toda mi vida lo he sabido; más intenté ocultarlo pero, como siempre, la verdad sal...