Otra noche más, me despierto a las cuatro de la mañana, la maldita pesadilla ha vuelto a aparecer en mis entrañas, las misma pesadilla de siempre, sí, era una pesadilla, no tenía otro nombre
- No puedo más. - susurré, por lo bajo entre la oscuridad de las sábanas.
Me levanté, diligente, dirigiéndome hacia el cuarto de baño de mi pequeño estudio, no tuve que caminar mucho, puesto que estaba en la propia habitación. Encendí la luz, observé con detenimiento mi rostro reflejado en el espejo, sintiéndome frágil, y asquerosamente débil mientras contemplaba como las lágrimas iban derramándose incontrolablemente una y otra vez sobre mis mejillas, sonrosadas, horrible tendencia que me caracterizaba; como también mis labios se apretaban, realizando una mueca involuntaria que reflejaba mi enfado, y como mis ojos verdes, rojos e hinchados a causa de las lágrimas, resaltaban, aún así, frente a mi pelo negro, liso y largo, auque ahora recogido en un moño mal hecho, que a cualquier chica le favorecería, haciéndola parecer una de esas chicas sexys, de película, excepto a mí. Mientras me miraba fijamente en el espejo, clavando la mirada en las pupilas, dilatadas, me pregunté a mí misma qué me estaba pasando, no parecía ser yo. Lola, la que nunca lloraba. Cada día que pasaba desde el comienzo del curso en la universidad, tenía la sensación de no poder controlar mis sentimientos, de no poder controlar mi rabia, mis enfados, y el odio que no sé como, me llevaba al amor, sobre todo, desde hace dos semanas.
- ¿Qué has hecho conmigo? - dije intentando ahogar un llanto en lo más hondo de la garganta, entre sollozos.
Siete y media de la mañana, el despertador suena con un ruido infernal que conseguiría despertar a un animal en estado de hibernación. Decidí apagarlo rápidamente, antes de que aquel sonido dejara sordos mis oídos y los vecinos terminaran por dar golpes en la pared en advertencia de que apagara el despertador o me matarían. Al menos, en ese sentido tenía suerte, había conseguido aquel estudio para mí sola y su alquiler estaba a un precio accesible desde mi penoso punto económico, y resalto penoso, porque es difícil intentar sacarte una carrera mientras todas tus tardes están ocupadas por el agotador trabajo en una cafetería situada a dos manzanas de mi estudio, siempre llena y a rebosar de gente, no sé si para mi suerte o mi desgracia, pero lo que sí sé es que me permite pagar a duras penas el alquiler y los gastos básicos de cualquier ser humano, apoyándome en la beca que obtuve para acceder a la universidad. Y los vecinos, la mayoría, jóvenes de mi edad, a causa de estar el edificio formado por pequeños estudios de una habitación con baño y salón-cocina, justamente al lado de la universidad, lo que nos beneficiaba a nosotros, los estudiantes, infinitamente... no tenían queja, sobre todo, Rubén, mi vecino de abajo, alto, con el pelo rubio y su tupé despeinado que lo hacía realmente sexy. Estaba como un tren, y además, soltero. Tenía veinte y un años, era un año mayor que yo e hice muy buenas migas con él desde el primer momento que decidí mudarme aquí, después de independizarme completamente de mis padres y prácticamente no volver a saber de ellos, a no ser por Raúl, mi hermano pequeño y adolescente que está pasando la típica etapa por la que pasamos todos a esas alturas, en la que la vida se convierte en un experimento donde nos quedan muchas cosas por comprobar y, sin pensarlo dos veces, y por falta de cabeza y madurez a esa temprana edad, las comprobamos, sin tener en cuenta las causas que nos llevan a ellas y mucho menos aún las consecuencias, por mucho que nos puedan llegar a doler en un futuro, o por mucho que podamos llegar a arrepentirnos. Aunque realmente, esto de hacer las cosas simplemente dejándonos llevar por impulsos, nunca dejamos de hacerlo, tengamos quince años, como mi hermano, o tengamos cincuenta, nunca maduramos lo suficiente como para ser completamente conscientes y consecuentes con lo que hacemos y queremos, lo que llega a demostrar que quizás nunca dejamos de ser niños, en el fondo, muy en el fondo; pero, como con todo en esta dura vida, que no hace más que ponernos a prueba de nuestras capacidades, también tenemos que saber sacar de dentro nuestra parte de adulto cuando hace falta, y no comportarnos como personas completamente inmaduras que dejan su vida a la deriva y sin rumbo aparente, tan sólo esperando a que llegue otro impulso para dar otro paso más, que nos conduzca a un objetivo, que pensándolo bien, ni siquiera sabríamos qué sería. Pero he de decir que Raúl siempre a sido un niño ejemplar, aunque, sin duda, tras recibir todos los cuidados y atenciones posibles provenientes de mi casa, acabó convirtiéndose en el niño mimado de mamá, cosa que a pesar de la mala relación que tengo con mis padres, nunca logró destruir nuestra relación de hermanos. Contactábamos casi todos los días y siempre que podíamos, nos ayudábamos, mutuamente. Le quería muchísimo, y aseguro que solo los lectores que tengan la bonita suerte de tener un hermano o hermana entenderán el amor de hermanos, aunque a veces, las ganas de matarlos, hagan balancear peligrosamente la balanza
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Nadie dijo que fuera fácil
RomanceNadie dijo que fuera fácil, nadie dijo que la vida nos iba a brindar fácilmente todas y cada una de las cosas que deseamos. Pero si deseas algo, ve tras él, no lo dejes ir, merece la pena tener quien se castigaría a pena de muerte solo por verte son...