La mejor defensa es un buen ataque

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Las clases de la mañana siguiente habían terminado, y me dirigí hacia la cafetería para quedar con Ainoa e irnos a mi estudio. Hoy habíamos decidido pedir unas pizzas y comer juntas en mi estudio, sin nadie que nos molestara. Era viernes y no pensábamos abrir un libro de texto en lo que quedaba de día, aunque a sabiendas de que nuestro estrés aumentaría por dejar las cosas para el último día, pero bueno, me parece que eso ya era costumbre y no sería nada nuevo.

Mientas estaba de camino, pensé en Jorge. Siempre él, pero con él, siempre otro nombre ¿no podría desaparecer de una vez de mis recuerdos y dejarme vivir en paz? Supongo que todo sería mucho más fácil. Jorge no me había hablado en toda la mañana, y la verdad es que no sé si sentía alivio, o me sentía tonta por querer engañarme una y otra vez con la misma historia de siempre, ¿es que a caso no debería dejar el pasado a un lado y apostar por tener un presente? Un presente que de verdad valiera la pena, haciéndome olvidar el pasado y quitándome la necesidad de tener que pensar en un futuro, simplemente para no sentirme vacía. ¿Realmente iba a vivir toda la vida en mi desastroso pasado, o quizás imaginando mi futuro perfecto? No. Quien no apuesta no gana, decían. Debería de empezar a aprovechar mejor mi vida; hice otra nota mental en mi libreta psicológica, en la cual también apunté, instintivamente, que tenía una conversación pendiente con Jorge. Cuando llegué a la cafetería, logré contemplar una escena que me demostró que no había sido la única que había reflexionado sobre como aprovechar su vida: Ainoa enganchada al cuello de un verdadero macho ibérico, con facciones de modelo, acompañadas de una mata de pelo negro, perfectamente peinado, haciendo resaltar el color azul de sus ojos. Impresionante. Y todo esto por no hablar de sus musculosos brazos, por cierto, bien empleados tocándole el culo sin corte alguno a mi mejor amiga en medio y medio de la cafetería, mientras, literalmente, le comía la boca, ante las atentas miradas del resto de compañeros allí presentes, con la misma cara de estupefacción que yo ante la escandalosa escena, después de haberse enterado del reciente corte de Ainoa y Lucas. Decidí esperar a que Ainoa se separase del musculoso macho ibérico con pinta de modelo y me viera esperarla en la puerta. Cuando estuve fuera, cogí mi paquete de tabaco y saqué un cigarrillo, con intención de relajarme. Busqué el mechero en mi mochila, y al no encontrarlo dije inconscientemente en voz alta:

- Mierda, ¿dónde narices lo habré metido?

- Deberías mirar encima del mesado de la cocina cuando llegues a casa, te apuesto una cena mañana por la noche a que está allí. - dijo una voz tremendamente familiar, a mis espaldas.

Me giré para poder averiguar quien me estaba hablando, y para mi gran sorpresa, vi como Bruno, mi vecino, se acercaba a mí, con un mechero en la mano, ofreciéndome con un gesto amable, fuego para encender el cigarrillo. Acepté.

- ¿Cómo estás tan seguro? ¿A caso me espías?

- Podría decirse que... un poco. - me contestó, entre risas, mientras pudo ver como un pequeño rubor alcanzaba mis mejillas, ante la sorpresa - Es broma, mujer. Ja. Ja. Ja. Pero bueno, lo de la cena sigue en pie, ¿no?

- Me das miedo, Bruno. - le contesté, contagiándome de su risa.

- No hay por qué, simplemente te toca cumplir tu parte de la apuesta. Si encuentras allí el mechero, mañana cenas conmigo, yo invito. Si no... si no, tú impones el trato. - dijo, aparentando completa seguridad, mientras me miraba de una forma que derretiría a cualquiera mujer de este planeta. Nadie podía negar su atractivo.

- Bueno, si no queda otro remedio... Si el mechero no está allí, mmm... el lunes vienes a clase sin camiseta, solo pantalones. - dije, riéndome a carcajadas ante tal ocurrencia, que aseguro que alegraría la vista a más de una, y uno, quizás.

Nadie dijo que fuera fácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora