EL BARCO DEL ABUELO

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EL BARCO DEL ABUELO

(***)


El viento sopla fuertemente las ventanas cerradas de la casa, el olor de la madera húmeda en las paredes nos indica que este hogar ya es antiguo y voy mucho tiempo encerrado aquí. En una vitrina de vidrios soy parte de la colección más lujosa del abuelo de esta casa, una colección de valor emocional supongo.

La humanidad se destaca por querer recoger todos los recuerdos físicos que han vivido, desde un ticket de feria, unas canicas de vidrio, quizás hasta una envoltura de algún regalo. El abuelo de la casa tiene esa manía, no sé si sea buena o mala. La especie humana siempre nos sorprende con sus descubrimientos exteriores, pero en el alma y sus misterios han quedado vacíos y sin experiencia.

De esta casa solo conozco dos lugares, la habitación del Padre del más pequeño del hogar y del mismo niño de ojos cafés, cara redonda y sonrisa permanente. El hogar es silencio sin ese pequeño. Es como un pajarito cantando por los pasadizos, travieso y valeroso le gusta hablar hasta dormir a las personas. ¿Yo? solo soy un muñeco hecho con los restos de madera de alguna escoba o restos de algún mueble roto, mi valor es emocional y temporal.

El abuelo es un gran artesano, muy minucioso crea estupendas obras de arte, ha creado barcos, caballos, y muchos juguetes de madera para muchas familias. Y las más sagradas creaciones estamos aquí empolvados como trofeos. Cada fin de semana nos toca quitarnos el polvo, el abuelo entra y nos limpia minuciosamente a cada uno de nosotros. Este lugar donde estoy es el templo de él. Es el lugar más grande de la casa y la más sagrada habitación. Pero ahora mismo esta misma habitación solo es una jaula para nosotros.

Una tarde el abuelo terminó de crear la más magnífica obra de arte, demoro casi 5 meses en terminar una embarcación del sigo XVIII estilo europeo. Cada amanecida era para barnizar algún elemento del barco o dar detalles a algunas piezas, siempre regresaba en las madrugadas a su templo a revisar que las cosas estuvieran en su lugar. Muchas piezas tenían el valor, quien sabe de cuánto. Pero para que el abuelo tuviera miedo, supongo que eran de alto costo, pues los cuidaba demasiado.

Aquella misma tarde, el niño había hecho un pequeño barco de papel con un pequeño mensaje dentro, pero quería dárselo como premio a su abuelo por ser el mejor artesano del pueblo. Antes de que llegara la noche el niño se inmiscuyo en un armario viejo que dentro llevaba muñecos o títeres de tela y madera. Había suficiente espacio para que él entrará. El abuelo detestaba que entraran en su taller y metieran las narices en las cosas que a él le importaba. Pero el tiempo y la edad hacia que olvidara y dejara las llaves en la puerta.

Llego la noche y con ella la luna que brillaba por los ventanales, en casa todos dormían, menos el niño encerrado en el taller. Salió silenciosamente y lloro de emoción al ver las cosas geniales que hacia el abuelo. Esa habitación contaba con una mesa enorme de madera rustica y encima de ella había un millón objetos, juguetes, herramientas y de pedacitos de todo. Partes de personajes, resortes y quien sabe que más. Mientras sus ojos brillaban de emoción el niño revisaba cada artefacto hecho de las maderas más caras del lugar. Mientras observaba absorto en su alegría, al retroceder sigilosamente tropieza con una botella que atrapaba adentro un barquito que el abuelo estaba restaurando. El vidrio hace tropezar al chico y la botella rueda y se quiebra contra la pared. El ruido despertó al abuelo en seco, quien rabioso fue sigilosamente a su taller.

El pequeño asustado volvió al armario a esconderse, se abrazó esperando que el silencio ayude a calmar el ruido que ocasiono. Pero el abuelo ya estaba dentro, no prendió la luz para atrapar al maldito que estaba dentro. Paso a paso llegó al armario. El abuelo tenía un bate de manera, sin pensarlo en dos veces y cargado de odio abrió el armario y comenzó a pegarle al individuo que se alojaba ahí. El primer golpe noqueó al niño, el cual no dio ni un solo grito. Mientras el abuelo seguía y seguía pegando de rabia. Pensando que había un ladrón en su templo. De tanta fuerza que le daba a cada golpe, le llego el cansancio. Se detuvo y decide encender las luces satisfecho.

Al encender las luces pude apreciar esos ojos cafés de alegría, esos mismos que ahora tenían el cuerpo destruido por el odio incontrolable de un abuelo que ama el pasado, que ama almacenar madera que no sirve, que se sentía orgulloso y odiaba que los niños entraran a su templo. El niño yacía en el suelo mitad de cuerpo dentro del armario y la otra fuera de ella, con los moretones, cubierto de sangre que emanaba de su cabeza. La mirada del abuelo al cuerpo yerto provocó el llanto que despertó a toda la familia asustada. Un grito de desesperación y agonía, de culpa y pena.

Todos bajaron corriendo por los gritos de lamento del abuelo. Él había terminado con la melodía alegre de mis días. Sí, el silencio abunda ahora en los pasadizos. Nunca entenderé a los humanos. ¿Por qué no pueden despegarse de las cosas materiales? ¿Por qué echar llave y cuidar algo más que la vida misma? ¿Por qué no usar y desechar lo usado? ¿Por qué no disfrutar de los objetos y tener bonitos recuerdos en vez de encerrarlos en una habitación bajo 4 llaves? La madera se pudre, el vidrio se quiebra, los libros son comidos por las polillas y todo muere en esta habitación, pero la vida es para disfrutar esos objetos en su momento y no vivir de los recuerdos que ya no existen.

Con sus ojos llenos de lágrimas pudo leer la carta que le dejo el pequeño de la casa: "Abuelito, eres el mejor artesano de barquitos, un día te construiré un barco de verdad. Te amo". Una carta con forma de barco de papel y manchada de sangre fue lo que nos dejó esa madrugada.

A los 20 minutos vino la ambulancia y la policía con todo ese ruido desastroso y particular de sirenas, se llevaron al abuelo. Al poco tiempo la familia se separó por ese incidente, abandonaron su hogar. La casa quedó vacía. Este templo que tenía las luces prendidas por las tardes, noches o madrugadas quedaron por muchos meses y años apagadas, nunca más volvieron a encenderse. El silbido del jilguero (avecita) del hogar no volvió a cantar nunca más. Y la habitación se convirtió en un almacén de nada, dejamos de ser valiosos sin el abuelo, quedamos aquí llenos de polvo y olvido con todas las piezas que nadie quiso robar. A nadie más le importaba más que al mismísimo abuelo.

Para cada humano las cosas físicas tienen diferente valor. Para mi creo que la vida sería mucho mejor si no se aferraran a cosas que no puedes llevar al más allá. No puedes llevarte nada material. Deberías aprovechar lo esencial de la vida, las experiencias, las tristezas, las alegrías. Todo aquello que te hace humano. No almacenes cosas que en realidad no puedes atrapar. Llénate de recuerdos reales cada día. Vive de tu familia, de tus hijos, nietos, abuelos, amigos. Yo seguiré aquí hasta que el tiempo me borre con su manto, soy el pasado de un niño feliz y el narrador de esta triste historia. 

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