El emisario de la república de Burgros observaba de soslayo la inmensidad de la Plaza del Redentor, las manos cruzadas a la espalda.
—Espero que no os moleste esta caminata mientras tratamos nuestros asuntos, maese Galdino —dijo Gádriel con una sonrisa—. Acostumbro a recorrer con frecuencia la ciudad para ver cuáles son los problemas y necesidades de mis súbditos.
—No es ninguna molestia, majestad. —Galdino le devolvió la sonrisa—. En mis tierras tenemos un dicho: un gobernante que no conoce a su pueblo no es un verdadero gobernante.
Tenía un acento melodioso, casi cantarín. Su vestimenta también llamaba bastante la atención; resultaba llamativa, de hecho, entre los tonos apagados de la gente que llenaba la plaza aquella mañana de mercado: túnica azul de mangas abultadas, calzas verdes, botas altas de cuero rojo y un cinturón tan cargado de joyas que casi dolía mirarlo. Llevaba también una capa corta que solo cubría el hombro derecho, un holgado collar de oro y un pequeño sombrero con una gran pluma procedente, qué duda cabe, de alguna ave exótica de Laurentia.
Gádriel asintió, avanzando a paso enérgico.
—Exacto. Y el pueblo debe a su vez conocer a sus gobernantes, verlos, saber que pueden plantear ante ellos sus inquietudes y que serán escuchados. Es mi costumbre sentarme bajo la estatua del Redentor a ofrecer audiencia pública, como solían hacer los emperadores dulgardos de antaño.
Davenn Evedane abría la marcha junto a los caballeros de su escolta, despejando el camino hacia la enorme, inmensa, estatua. La gente les abría paso entre inclinaciones y exclamaciones de júbilo.
—¿Es ese el rey?
—¡El rey! ¡El rey Gádriel!
—¡Majestad!
—¡El rey! ¡El rey está aquí!
—¡Salve! ¡Salve Gádriel Érelim Primero!
Un amplio pasillo se iba formando ante ellos, flanqueado por muros de rostros que rebosaban adoración. Gádriel se preguntaba a menudo si alguna vez había habido otro rey en Ilmeria tan amado por la gente de a pie. Y tan odiado por la nobleza.
Varias de sus reformas, como la baja en los tributos, la abolición de los autos de fe y la liberación de cierto número de acres en los bosques para la caza libre, le habían granjeado el amor fiel y feroz de la plebe, pero también habían contribuido a hacerlo bastante impopular entre los más acaudalados.
Gádriel sabía a la perfección lo que muchos murmuraban a sus espaldas. Un traidor a las viejas tradiciones, un traidor a la amistad y el apoyo de la nobleza. Como si todos fueran súbditos honrados y virtuosos, libres de pecado... como si todos se hubieran mantenido leales a la corona, como si varios de ellos no hubieran conspirado y contribuido a...
«Elisa...»
Gádriel bajó la mirada.
Incluso pensar en ese nombre le provocaba una puñalada en el pecho.
—Vuestra ciudad es muy hermosa, majestad.
Galdino observaba la estatua del Redentor y la inmensa mole de la Catedral con una sonrisilla en su rostro bigotudo. Caminaba tan recta y fluidamente que hasta el rey parecía un plebeyo desgarbado a su lado.
—Agradezco vuestras palabras. Aunque tengo entendido que incluso Ruvigardo debe palidecer ante la belleza de la Ciudad de las Fuentes.
—Tosfiana es sin duda la ciudad más hermosa en todo Laurentia —coincidió el emisario, contemplando las columnas acanaladas de la Catedral, anchas y altas como un edificio—. Pero su belleza, si bien más colorida, es un tanto más... discreta.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas de Kenorland - Relato 6: Tocados por los Dioses
FantasyUn mercenario especializado en asesinatos y robos, una joven con un don muy especial y el rey de una de las naciones más poderosas de todo el Mundo Conocido. Tres historias separadas, pero unidas a la vez... conectadas por el oscuro destino que dará...