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recomiendo escuchar el playlist durante la historia.

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La primera vez que se conocieron no fue santa, no había sonetos acompañando el aire entre ellos, no había querubines bajados del cielo recitando poesía. Solo un manto de asolamiento y dolor.

Los vientos gritaban inquietantemente alrededor de espesos y altos árboles. Las flores silvestres escuchaban la agitación del temido grito del chico de mejillas fresas envuelto en la luz de la luna llena. El desgarrador sonido y el aroma de puro terror llegaron a él llevados en un turibulo por ángeles de alas negras. Insta a su bestia de cuatro patas a acelerar su paso, esquivando ramas de huesos blancos besando sus mejillas. Su corazón parecía querer salir de su cofre y el mismo llegar más rápido donde esa criatura lo había llamado, inconscientemente o por obra y gracia del destino.

Él se detiene, de pronto la quietud cede como anzuelos de depresión, surcando carne pálida.

Todo es silencio muerto excepto por los bufidos agitados de su caballo. Salta al suelo húmedo. Ya no hay gritos, solo la fantasmal danza de la neblina. Por un momento piensa que todo fue hilado por su mente, ese repentino tintineo en sus oídos que lo hizo salir a la fría noche porque sintió que alguien suplicaba su presencia en auxilio. Pero ese satírico dolor en su corazón no pudo haber sido algo imaginado, porque él aun lo siente doler.

Con atrevimiento cristalinas gotas caen sobre él, y con amargor él vuelve a escuchar esos gritos. Corre a través de la tormenta, queriendo estar limpio; ese alguien llamándolo le insta a estar puro, algo en su subconsciente le hace pensar que hará presencia de su Dios. Es como si fuera un pecador buscando ser encontrado.

Se adentra con cautela en el claro de árboles; el bosque está húmedo como una daga ensangrentada y sus dedos acogen la empuñadura y encaja su espada en la espalda del malvado salvaje. Luego de dos parpadeos, su voz dice, "Escúchame, no te dejaré, yo cuidare de ti. Aquí está mi mano que no te hará daño" con su palma suavemente extendida, ahuecada y acercándose. Él deja que su bestia interior, menguante de rodillas, y hasta hace unos latidos perdida y desamparada, crezca en materia oscura lista para la redención.

Sus pupilas, dos lunas llenas y azules, suplican lánguidamente a las suyas verdes que le limpie la sangre corriendo por su barbilla; que le dé un segundo corazón. Y es ahí cuando piensa...

Ya no puedo sentir mi cuerpo, mi conciencia ya no está apegada a lo que lo estaba anclando todo este tiempo. Ahora lo está en ti.

Y el pide saber el nombre del ser que le ha brindado tanto resplandor dorado en una noche pintada con demasiada tinta negra.

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