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13 de enero del 2019



Jimin odiaba a su padre.

Eso era un hecho. Todos los días el hombre que se supone debía amar le recordaba una vez más por qué tenía que huir cuánto antes de casa, antes de que fuera muy tarde. A veces, incluso, se asustaba de sus propios sentimientos, pero no se detenía a pensar mucho en ello. En todo caso, ese monstruo ni siquiera le daba oportunidad de arrepentirse por odiarlo.

También era un hecho de que Jimin estaba exhausto. Emocionalmente se sentía devastado. Tenía que cargar con el peso de un ser que lo despreciaba, con su soledad absoluta y seguir luchando contra capa y espada para lograr sus sueños muy lejos de Damyang. Al final, era el único motivo que le quedaba para seguir desde la muerte de su madre hace tres meses.

Salió de casa dando un portazo, camino a paso rápido por la acera apretando su bolso y abrigo, dejando atrás los gritos incesantes de su fastidioso padre. Se detuvo unos momentos cuando estuvo lo suficientemente lejos y con pesadez suspiró. Si, estaba cansado y nadie lo notaba.

Jimin tapaba todo rastro de dolor con maquillaje. Sus marcadas ojeras, los hematomas causados por su padre, la piel reseca y maltratada. Se colocaba lentillas para ocultar el vacío en sus ojos y la falta de brillo. Quería hacer desaparecer a ese muerto que vivía en él cuando salía a la calle.

El único consuelo que el joven tenía para su miserable vida se resumía en el ballet. La danza clásica le era tan vital como el mismísimo oxígeno, era su refugio, su lugar seguro y, por nada del mundo, permitiría que se lo arrebataran. Se interesó en él cuándo tenía diez años y acompañó a la mejor amiga de su madre al recital de ballet de su hija menor, quién para entonces tenía quince años.

Allí, viendo a los bailarines prácticamente flotar al dar los pasos, hacer movimientos tan suaves y delicados que hacían acelerar su corazón mientras la música se sentía como un arrullo en sus oídos, con sus ojitos iluminados y una gran sonrisa en el rostro, Jimin supo qué quería hacer y quién esperaba ser.

Dentro de un hogar desastroso llegó a encontrar algo por lo que sonreír. Su madre fue la única que lo apoyó cuándo lo habló en una cena familiar y en ese momento los rechazos de su padre comenzaron y los maltratos verbales se volvieron costumbre. Todo empeoró cuándo a los dieciséis dejó de ser aquel idiota que intentaba demostrar su masculinidad y comenzó a utilizar maquillaje, la ropa en tonos pasteles, las joyas y sus intereses pasaron a ser los de una chica. Se volvió un desconocido para las personas de su casa.

ENDLESS | YOONMIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora