Por lo que lucha un padre:

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Caos asentía con la cabeza mientras observaba a los dioses discutir sobre lo que acababan de ver. Se había encendido la chispa de la curiosidad entre los espectadores, lo cual era en parte lo que el creador buscaba.

No obstante, no podía sólo saltar al plato principal. Antes de mostrar al Olimpo lo que realmente quería que viese, tendría que allanar un poco el camino.

¿Podría haberlo hecho en menos de un parpadeo gracias a su Omnipotencia?

Sí, ¿pero dónde está la diversión en eso?

—¿Qué es lo que sigue ahora?—preguntó Ares—. Quiero ver más sangre.

El primigenio sonrió a todos los presentes.

—Antes de proseguir, quisiera presentarles a... ustedes mismos.

Un nuevo estallido divino inundó el lugar de luz, trayendo consigo a cuatro nuevas personas. El primero era un delgado joven vestido elegantemente; el segundo, un enorme individuo de cabellera rubia y marcada barbilla; el tercero, un pequeño anciano de aspecto débil y decrépito; y finalmente, un esbelto joven de enmarañado cabello claro y desnudo casi en su totalidad.

—¿Qué demonios acaba de pasar...?—balbuceó el más grande del grupo, mientras se reincorporaba torpemente.

El resto de los recién llegados también se levantaron lentamente del suelo, observando su entorno con perplejidad.

—Interesante...—murmuró el anciano—. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes son...?

El creador se puso en pie y abrió los brazos como si quisiese abrazarlos a todos.

—¡Bienvenidos!—exclamó—. ¡Adán! ¡Chico, tiempo sin verte!

El joven sin ropa ladeó la cabeza, confundido.

—¿Quién se supone que eres...?

Caos suspiró.

—Oh, claro, ejem. Llámame Dios.

—"Dios"—repitió el hombre—. ¿Dios con "D" mayúscula?

El más grande del grupo comenzó a temblar, visiblemente aterrado. El anciano, por el contrario, se inclinó con curiosidad mientras acariciaba su barba.

—¿Y qué podría querer el creador del todo al traernos aquí?—preguntó.

Caos señaló el salón a su alrededor.

—¡Bienvenidos al monte Olimpo! De un universo distinto al suyo, por cierto—sonrió—. Conozcan... ¡A los dioses del Olimpo!

Los cuatro recién llegados se volvieron hacia los tronos dispuestos alrededor del hogar central. Hermes saludó alegremente con la mano.

—¿Por qué tan grande?—fue lo primero que se le ocurrió decir al grandulón.

No era para menos. El salón del trono del Olimpo resultaba absurdamente gigantesco. El interior podría haber alojado un portaaviones. El gran techo abovedado, sembrado de constelaciones, podría haber dado cabida a las cúpulas más grandes creadas por los humanos. La rugiente hoguera central tenía el tamaño idóneo para asar una furgoneta. Y, claro, los tronos propiamente dichos, en su apariencia usual eran del tamaño de torres de asedio, diseñados para seres que medían seis metros de estatura.

El joven de apariencia elegante dio un paso al frente, disponiéndose a dar la cara por el grupo.

—En ese caso, los saludo—dijo, haciendo una leve reverencia—. Soy Hermes, mensajero de los dioses.

Los doce olímpicos se miraron entre ellos, comenzando al instante las carcajadas por parte de Ares, Apolo y Dioniso. Hermes, por otro lado, no se mostraba tan divertido.

Percy Jackson, Heroes del Olimpo, reaccionando a Record of RagnarokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora