O

419 57 12
                                    

Paños calientes.

Aura angelical.

Olor a frutos.

Por mis fosas entró en el primer impacto, olor a polen, un dulce de fresas con vainilla y tal vez... ¿Limón?. Cuando abrí los ojos de a poco no pude diferenciar en que parte del internado me encontraba, pero sabía que olía muy parecido a lo que mi mente imaginaba como cielo. Aunque el lugar se sentía tan húmedo que estornudar no era una opción a descartar, mi mirada estaba comenzando a retomar su perspectiva cuando de repente, una sombra se ve cada vez más cerca de mi cuerpo en reposo.

Una luz brillante se posa frente a mí y me... ¿Sonríe?

— ¡Hola!

Parpadeo infinitas veces.

¿Qué es eso?

— ¡Hola!

Me vuelve a decir una voz finita.

— Me llamo Jimin.

De un disparo como una centella lo pude ver clarisimo, era una imagen sobrenatural de lo que podía llamar fácilmente un ángel, tenía las orejitas puntiagudas como las de un elfo, su nariz rosadita algo gordita en la punta, los labios rojos, sus ojitos desaparecían cuando sonreía y su pelo, su pelo era tan extraño, con la raíz rubia y un degradado rosado en la punta.

— Hola. — Dijo otra vez. — Soy Jimin.

Parecía una repetidora.

¿Será que he muerto?

La vieja me ha envenenado.

Cuando pude analizar mejor el espacio, ver que estábamos dentro de una casa extraña, analizar que las sábanas eran hojas de limón en tamaño humano y el trapo que tenía en la cabeza era un manto de hongos, me asusté tanto que de pronto volví a sentir aquel mareo que viví con la señora Agata en el jardín del internado y recaí como hoja seca en la cama otra vez. Aquel chico de cabellos rubios y rosados se rió tanto de mí que para calmarme, supongo yo, voló con unas alas semitransparentes verde manzana y se sentó en mi regazo, sobre mi cuerpo acostado.

— ¡¿Qué mierda eres?! — Exclamé sorprendido.

Quise saltar.

— ¿Primerizo?

— ¿Estoy muerto?

— No tontito.

Rió.

Miré mis manos pero estaban iguales, luego vi la diferencia del tamaño con la hoja de limón que me arropaba y casi brinco del susto.

— ¡Que mierda es esto!

— Puedes dejar de decir mierda. — Su voz era un tono más aguda que cualquier otra, pero su cuerpo parecía mucho más pequeñito que el mío. Él era alguien delicado, tan blanco como una muñequita rusa de porcelana. — ¿Acaso no sabes de modales, niño?

Vio mi cara asustada con curiosidad.

Era hermoso.

Pero actuaba raro.

— Hola soy Jimin. — Sonrió grande mostrando sus chuecos dientes delanteros. — Soy el hada de la serendipia. — Tendió su manita.

Antes de chocarle la mano parpadeé tantas veces por la impresión que lo vi voltear un poco sus ojitos.

— Vamos, no te voy a comer, dame la manito. — Tomó de mi mano y la estrechó moviéndola rápidamente. — Bien, nuevo invitado, seguramente te preguntarás que haces aquí.

Con sus alas maravillosas volvió a volar al piso de la casita y me indicó que lo acompañara con un movimiento de manito. Con el tiempo que tomé para poder levantarme, observé algunas cosas a mi alrededor en tamaño miniatura, un pequeño sofá hecho con borrador de lápiz, un pin enterrado en el suelo haciendo referencia a una mesita y varios adornos florales sobre su cuartito.

Todo miniatura.

Adorable.

— ¿Nunca oíste sobre las hadas, niño?

Parado en la puerta, con los pies y las manos cruzadas me observaba con gracia.

— Primero que nada, no soy un niño.

— Si lo eres.

— Tengo quince.

Sonrió, demostrando que tenía esos dientes bien blancos.

— Tengo doscientos seis años, niñito.

Exclamó victorioso.

Volví a mirar a mi alrededor.

— ¿Cómo se que no me morí?

— Ven, dame la mano.

Sorpresivamente caminé junto con él, su manito me apretó tanto que no pude negarme ante su jalón, me llevó afuera de casa y pude observar el paraíso de lo que podría describir como mis sueños en vida. Jimin caminaba rápido, se suponía que algo tendría que mostrarme con desespero y mientras lo hacía, yo me encargaba de mirar a detalle la gran urbanización de hongos como casitas, un sin fin de hadas merodeando la zona, trabajadores, algunas tomaban el sol sobre el techo de sus casas, otras me miraba con recelo y mi compañero no daba indicios de querer explicarme hasta que se detuvo de lleno luego de haber subido unas cuantas escaleras de maderita.

— Y bien, hemos llegado.

De inmediato reconocí entre la inmensidad el jardín de mi internado, vacío de niños pero inmenso ante mi visión de enano.

Sentí miedo.

— ¿Te gusta?

— ¿Qué? — Mi labio empezó a vociferar casi tembloroso. — ¿Dónde estoy?

— Bienvenido al campo de las hadas...

☆ Neo ☆

bloom ☆ kookmin osDonde viven las historias. Descúbrelo ahora