El campo de las hadas, el campamento, el paraíso, la guardería de criaturas en miniatura, se encargaba de mantener el orden en el jardín de mi inmenso internado, era una pequeñez escondida a la mirada de los humanos, tal vez tan pequeñitos que verlos era como ver un zancudito. Allí las hadas se dividían entre dones que eran obtenidos luego de bautizarse bañándolos en miel de abejas y vistiéndolos con un traje especial hecho a base de florecillas por sus madres o tías.
Jimin era el hada de la serendipia, se encargaba de mantener en calma los eventos desafortunados que ocurrían en el campo, pero nunca lo pude ver trabajando tanto como las otras hadas, ha de ser por eso que se le conocía por ser el flojo. A pesar de ello, los primeros días estando allí, él se había dado el tiempo de explicarme el funcionamiento del campo, como debía bañarme en flores campana y si quería calentar el agua debía llamar a un hada del fuego para que me recitara unas palabras sobre el agua.
— ¿Y bien que tal tu primera ducha?
Me dijo cuando me vio volver.
— Nada mal. — Sonreí coqueto. — Tengo admiradoras nuevas.
Jimin miró hacía la puerta de su casa inmediatamente y observó un sin fin de hadas novatas postradas en su puerta, embobadas por el nuevo integrante del campo.
De inmediato les cerró la puerta en la cara.
— Uy, ¿Qué pasó hadita? — Le quise molestar. — ¿Alguien está celoso?
— No claro que no, las hadas no tenemos celos.
— ¿Es porque te gusto?
— No, cállate.
Debía admitirlo, mi estadía se había prologado un tiempo más, tal vez unas semanas, sin otra razón aparente que no fuese mi fascinación por el bello guía turístico y mi compañero de cuarto.
Jimin... era hermoso.
Cada que podía y lo veía conveniente, trataba de hacerlo sonrojar, descubrí que sus mejillas en la noche podían brillar en la oscuridad, que sus manos finitas eran la mitad de pequeñas que las mías y que su cabello degradado olía siempre a la lavanda que se restregaba cuando se bañaba.
— ¿Por qué aún no te vas? — Me preguntó un día.
Estábamos acostados, yo dormía en el suelo sobre un manto de hongos acolchado y él sobre su cama de algodones humanos.
Al menos la mía olía a naturaleza, no tenía nada que envidiarle.
— ¿Quieres que me vaya?
— No... — Carraspeó su garganta. — Digo sí, ya la gente está pensando que te tengo secuestrado.
Según Jimin, podía volver al orfanato tomando del agua que desprendía la flor que tanto me gustaba, el Lirio.
Pero no quería hacerlo, no hasta al menos obtener un beso de sus labios acolchados.
— ¿Quieres que te diga la verdad?
Volteó los ojos.
— Si vas a decir algo tonto mejor no lo digas. — Reí.
— ¿Por qué? ¿Te pongo nervioso?
Jimin sabía cuanta belleza cargaba, no era nada tonto, la cantidad de chicas enamoradas en el campo no se podía contar con las manos, niñas de buenos dotes y llenas de belleza igual que él, pero por alguna razón siempre lo veía brillar en las noches cuando le hablaba de la forma que le gustaba.
Y nadie más podía hacerlo.
— Ya... Jungkook. — Sonrió tímido y empecé a ver como el brillo se expandía por sus mejillas. — No empieces.
— Mírate, estás brillando.
— Si tonto, las hadas brillamos.
— Eres una luciérnaga tierna.
Le dije, tratando de escabullirme en la cama junto a él.
— Cállate.
— Déjame dormir contigo hoy...
Él solo se arrimó y volteó su cuerpo dándome la espalda.
Tenía vergüenza.
Era tan tierno.
— Me gustas, Jimin. Por eso aún no me he ido.
Fue lo último que le dije esa noche.
Y el cuarto la casa se iluminó por completo con las mejillas de mi hada.
☆ Neo ☆