Cuando el invierno se retiraba y las flores empezaban a florecer, recuerdo haber buscado en mi bitácora de flores europeas esa que tanto me gustaba, la que se encontraba cerca del lago de mi internado y alumbraba su belleza sobre todas las demás.
Fui desesperado con mi bitacora en mano a hablar con la señora Agata, la cocinera, quien seguro me podría ayudar a encontrar su nombre. Aunque siempre cargara en su rostro una expresión agria, Agata era una mujer bella de cabellos largos color gris cenizo y de noble bondad, parecida a la bruja del oeste, pero siempre me ayudaba en el internado con comida extra o ejercicios de pronunciación rusa.
— Señora Agata. — Le dije asomándome en su cocina.
— Dígame mi estimado Jungkook.
Ella limpiaba un mesón de madera lleno de harinas y utensilios para hacer panes rellenos de mermeladas de frambuesa y fresa que recolectaba en el jardín del internado.
— Estoy buscando el nombre de una flor, es color morada, una cerca del lago.
Entonces se quedó pensando unos segundos para darme una respuesta concisa, a lo que me miró decepcionada.
— No sé nombre de flores, pequeño Jungkook.
— ¿Y no sabe quién podría ayudarme?
Por su expresión parecía no querer decirme, tal vez sería mejor meterme en otros asuntos que buscar a la persona que en su mente se imaginaba.
— Sé quién te puede ayudar, pero tienes que guardar el secreto.
De inmediato, cuando asentí desenfrenadamente, empezó a preparar una exquisita receta sobre la cocina vieja de madera y agradecía internamente por la excursión que se había tomado la mitad del bachillerato para dejarnos completamente solos aquella tarde tan magnifica.
La señora Agata, con sus conocimientos de Wicca y su buen gusto culinario, me preparo una infusión mágica llena de sabores exquisitos escondidos bajo un chocolate agrio para tapar el verdadero secreto que aquella infusión podría traer. La observé sentado en un banquito, ojeando la bitácora, dispuesto a salir de inmediato a volver a presenciarla.
— ¿A donde vas? — Mis pies se devolvieron cuando escuché su voz fuerte.
— Voy a ver la flor.
Negó con la cabeza.
— Esto ya está casi listo, espera unos minutos.
Asentí y dejé reposar mi cuerpo otra vez en la sillita de madera.
— Esta infusión es mágica, para poderla vivir tienes que creer en los cuentos de fantasía, el olor a Cristo y el cuento de Pinocho. — Tragué grueso. — Confío en ti, pequeño Jungkook.
En sus manos estaba una tacita encima de una platillo del mismo juego de porcelana, con las iniciales del internado y un chocolate espeso dentro de ella.
— Tómatelo todo y ve al jardín, no mires hacia atrás, con mucho cuidado de que nadie te vea.
Con el miedo en la garganta asentí con impaciencia, preso de no saber lo que me esperaba y tratando de creer en cada pequeña cosa que de pequeño hubiese sido una fantasía, como me había indicado la señora Agata y sus conocimientos ancestrales.
— Gracias. — Le regalé una sonrisa.
Ella solo me ordenó.
— Tómatelo.
Espere unos segundos a que todo el líquido pasara a mi cuerpo y con la misma expresión de antes le devolví el platillo con la taza, en realidad sabía tan horrible que el chocolate era lo único que podría darle un poco de vida a su sopa de especies y flores del jardín. La vi sonreír por primera vez con su dentadura falsa, una imagen catastrófica, me llevó de la mano a una parte solitaria del jardín y espero unos minutos conmigo.
— ¿Qué esperamos? — Dije.
— A qué el efecto se cumpla. — Ella estaba sentada sobre un pequeño árbol talado. — Recuerda Jungkook, este es nuestro secreto.
Y como si fuera obra de magia mi cabeza empezó a doler, mis ojos se marearon, mis nariz parecía haberse llenado de polvo, me mareé en un laberinto infinito y caí al vacío de un pozo imaginario para no volver a ver más nada.
☆ Neo ☆