Un día normal, después de ayudarlo a tejer un mantel para que pudiera hacer yoga por las mañanas, caminamos hasta casi la punta de un arbolito y allí nos sentamos a charlar para descansar de todo el trabajo de la mañana.
— Nunca he entablado una relación con un humano.
Me dijo.
— Ah vale. — Chasqueé la lengua. — Es que estamos en una relación.
— ¡No! — Yo sonreí viéndolo enrojecerse otra vez. — No seas tonto.
— Te gusto.
— Mentira.
— Mira como te sonrojas.
Él me miró seriamente, comiéndose las ganas de soltar una sonrisa con sus dientes chuecos. Yo me quedaba a ratos adorándolo, mirando su piel blanca enrojecerse por mis palabras y sin tener piedad, le acaricié la mejilla con mi pulgar. Su piel tomó el tono carmesí más bello que hubiese podido ver, que si lo hubiese visto en la noche seguramente hubiese sido todo un espectáculo.
— Eres el más lindo del campo, ¿sabías?
Aunque no me respondiera con otra cosa que no fuese el lenguaje de su sonroje y su volteada de ojos, supe de inmediato que no me iba a detener si intentaba acercarme a él porque ya lo hubiese hecho. En cambio me quedé mirándolo, él hacía lo mismo.
— Voy a besarte.
Me acerqué a su cuerpo despacio, uní nuestros labios en aquel beso celestial, él sabía a miel y morder sus labios era como comer de una nube suave y esponjosa. Reposé mi mano en su mejilla, la acaricié como si fuese mi tesoro más preciado y desde ese momento juré nunca olvidarme de mi primer amor.
El hada mágica había caído rendido ante mis dotes de seductor novato.
Los días fueron pasando a diferencia de que esta vez la estancia en aquel campo estaba llena de besos y mejillas sonrojadas. Nos besábamos acostados en su cama, nos levantábamos entre caricias, delineaba sus ojitos finos, le tarareaba canciones y cuando todo parecías estar bien, Jimin obtuvo su primer llamado urgente.
Necesitaban al hada de la serendipia.
Lo acompañé a pasos apresurados al centro del campo, era su primer trabajo y estábamos emocionados por lo que estuviera ocurriendo en el campo, reunidos todas las hadas vi de inmediato a la señora Agata, desesperada llamando mi nombre entre el gentío.
La presión se me bajó tan rápido como la escuché, Jimin me miró de inmediato con la última sonrisa que me pudo dedicar, la que nunca borraré de mi memoria, una llena de tristeza, dedicándome su último adiós. Me tomó la mano y la apretó tan fuerte que antes que me pudiera dar cuenta, ya tenía el líquido de aquella flor pasando por mi garganta.
Agata me había dado la poción.
Me mareé y caí.
Aunque me gustaría seguir la historia como lo he estado haciendo, contarles que volví a ver a Jimin y desencadenar todo con el final de que Agata era una bruja malvada que terminó siendo buena, mentiría con toda mi alma.
Desperté un lunes en el internado, llorando a mares por no haberme podido despedir de mi hada.
Busqué a Agata entre la multitud, quise preguntarle por qué, quise hacerla confesar sus verdaderas intenciones mandándome al mundo de las hadas, como había conocido el campo o por qué me había devuelto a la realidad tan repentinamente.
Pero no estaba.
La busqué por la cocina, por el jardín, por las aulas.
La poción que me había dado ya no existía.
La magia se había cortado.
Agata había fallecido.
Y Jimin había sido solo un simple sueño producto de aquella poción.
☆ Neo ☆
