Capítulo 2

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Lo primero que contempló Alex Rollins tras abrir sus ojos, fue un techo blanco y recto, sin ningún ventilador en mal estado colgando de este.

Estirando su cuerpo luego de un buen y dulce sueño que necesitaba con urgencia después de tan largo y cansador viaje, el alfa se sentó en su cama y contempló la antigua habitación que le observó crecer y le siguió en sus gustos hasta que finalmente, se fue de la casa.

Tal cual como la había dejado la última vez que había visitado a su padre, su habitación seguía igual, solo que limpia.

No había visto mucho cuando llegó la noche del día anterior, luego de haber conducido prácticamente diez horas, donde apenas hizo un par de paradas para comprar algo comestible y aliviar las necesidades humanas, llegó solo deseado comer algo que llenara su estómago y poner su cabeza en su almohada.

Su padre había sido comprensivo respecto a su cansancio y no le preguntó nada más si es que había tenido algún problema durante su viaje, y al recibir una respuesta negativa le había ayudado a instalarse en su habitación para luego dejarle descansar en paz.

Pero ya había dormido lo suficiente y lo que más deseaba en ese momento, era una refrescante ducha.

Tirando las mantas de su cama hacia atrás, se levantó y fue directo a su maleta donde sacó un cambio de ropa antes de salir de la habitación para dirigirse al baño de la vieja casa.

Una vez estuvo vestido y con las energías repuestas, volvió a su habitación donde guardó en su closet y cómoda su ropa, hizo la cama y luego bajó al primer piso.

Tal y como recordaba, en la pequeña cocina su padre se encontraba de espaldas, cocinando algo de tocino a juzgar por el rico olor y chispeante sonido. La melodía de una canción infantil invadía la habitación mientras el hombre mayor la silbaba alegremente.

Con casi sus noventa años, el pelo de su padre había dejado de brillar de un rubio trigo similar al suyo para volverse totalmente blanco y corto. Lo único que seguían compartiendo, eran sus ojos azules, con la diferencia que los suyos eran más tirados a un tono gris mientras que los de su papá a un tono más oscuro.

Pero en lo que era su personalidad, tranquila y positiva, seguía igual de siempre.

Uno pensaría que un alfa a sus noventa años se estaría volviendo loco al no haber encontrado todavía a su pareja destinada, pero su padre era un hombre fuerte que seguía manteniéndose firme y con la esperanza de algún día, encontrarla.

Porque sí, él no había sido el fruto del amor con su destinado, su padre simplemente decidió no esperar más para tener su propia familia y junto a su amiga, su madre, quien tampoco había encontrado a su pareja, decidieron hacerla juntos.

A pesar de que ellos no habían sido una verdadera pareja, fueron amigos ante todo y de igual forma se amaban, por lo que, tras perder a su madre a los quince años en un ataque de lobos renegados, había sido un duro golpe para todos, ya que ellos no había sido los únicos que perdieron a un ser querido en aquel sorpresivo ataque.

—Puedes poner la mesa si gustas, el desayuno ya está listo —anunció su padre observándole por encima de su hombro con una radiante sonrisa de dientes.

—¿Todo sigue estando donde siempre? —preguntó dirigiéndose a un mueble.

—Donde siempre —respondió tomando unos huevos para romperlos y echarlos en el sartén.

—Eso huele muy bien —olfateó terminando de colocar la mesa.

—Todo es de casa, incluso el pan recién horneado —pronunció volteándose y sirviendo el desayuno.

Tu eres mi destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora