°•Sueño•°

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Los recuerdos de nuestros meses en Baños a veces llegan a mí como un soplo de aire fresco, uno muy veloz; apenas puedo acariciarlo antes de que se aleje

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Los recuerdos de nuestros meses en Baños a veces llegan a mí como un soplo de aire fresco, uno muy veloz; apenas puedo acariciarlo antes de que se aleje.

Me había enamorado del yapingacho que doña Luchita vendía en la Martínez. Me atiborré con el membrillo y la melcocha desde el primer día. A pesar de que el aire frío apuñalaba los pulmones si hacía un inhalación profunda, no podía evitarlo. Los aromas eran tan suaves para mi nariz, pero tan intensos para poner sabores en mi boca.
Una ciudad en la que la noche sólo significaba seguir la farra acompañados de las estrellas. Caminar entre callejones junto con las almas de quienes lo hicieron antes, a los que la felicidad los sujeta a esta dimensión. Una luna de plata se derretía sobre la Basílica, y la niebla eran anillos blanquecinos en la cima de los cerros. Infinidad de misterios entre las rocas de las cascadas a la espera de ser develados. Harta del tráfico guayaquileño, la ciudad fue un paraíso para mis oídos.

Al atardecer siempre me estampaba contra la vitrina de Llaremi a Nadi, una tienda de recuerdos. Allí, detrás de bolígrafos con distintos personajes tejidos, llaveros de cuero y tazas con el nombre de Baños con los colores del arcoiris, estaba el objeto de mis anhelos y deseos infantiles.
Era una esfera de cristal con motitas blancas que planeaban cuando la agitadas. Una dulce armonía sonaba al girar su pequeña manija; difícil de agregarle letra, pero no un tarareo.

Lala lala lala lala ooh ooh
Lala lala lala lala ooh ooh
Lala lala lala lala ooh ooh
Lala lala lala lala ooh ooh

Un bello pájaro con plumas amarillas y azules giraba al compás. La baya en su pico era como una gota de rubí, incluso podía ver muchas bolitas pequeñas dentro haciendo de semillas. Estaba parado sobre una rama con un racimo de flores rosas, parecidas a una anémona de mar.
Podía imaginarlo sobre un árbol en el Parque de las Iguanas, al que mágicamente le crecieron flores y frutos. No se escuchaba el pito de los autos ni sus llantas chillar contra el asfalto, más bien me deleitaba de oír a las carretas ser tiradas por caballos. El polvo se levantaba por las familias yendo a la iglesia y el incienso se podía oler a distancia. Uno que otro peladito sentado en las puertas cazaba a las jovencitas dotadas de cierto aire virginal entre los feligreses. Artistas utilizaban el carboncillo para atrapar una escena de la época romántica de mi ciudad; cuando la perla aún estaba en formación dentro de la ostra española.

Pero la visión terminaba cuando me alejaba de la tienda hacia la casa de mis tíos. Por la noche me permitía soñar con el momento en que mis padres decidían premiarme por mi buen comportamiento.

—Eres la bendición que cualquier padre desearía, mija.
Yo sonreía con emoción.
—El día en que naciste juré que serías el único propósito para mi existir.
Extendí las manos para tomar las de mi mamá. Sus ojos regaban lágrimas de amor y orgullo.
—Verte feliz es una prioridad para nosotros. Sabemos que rara vez podemos permitirnos un gasto que no sea básico, pero por una sonrisa de mi hija vendería el taller.

La telaraña de la orquídeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora