•°Ojos y lengua°•

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—¿Que qué pasó? ¡Dímelo tú! —exclamó doña Almendra, alterada

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—¿Que qué pasó? ¡Dímelo tú! —exclamó doña Almendra, alterada.

—No... no lo sé. Estaba sentada y de la nada... todo comenzó a... a... ¡La mesa!

Jean volteó hacia ella y la golpeó, la madera le enrojeció su palma. Levantó el plástico y el mantel para pasar la mano por su superficie. Buscó los ojos y sus lágrimas de sangre, pero en su lugar sólo estaban los girasoles tejidos.

—¿Me... Me quedé dormida, tía? —preguntó Jean. Temía la respuesta.

—A menos que haya sido con los ojos abiertos, Jean. Parecías...

El titubeo de su tía la preocupó.

—¿Qué parecía...?

—Endemoniada.

Jean rió.

—Hable serio, tía. ¿Endemoniada? ¿Y habrá usted visto alguna vez a alguien poseído? —doña Almendra negó—. Entonces no puede decir si lo estaba. —Rió. Se detuvo y su gesto fue pensativo.

—Imposible —pensó y mordió sus uñas—. Para eso tendría que haber hecho alguna práctica espiritista... Ese jueguito mental de mi reflejo no vale. Incluso si sí, habría tenido que usar la oujia, y la única tabla que toco es la de planchar.

Se abanicó con las manos y recogió la silla. Ni siquiera recuerda haber oído su estruendo al caer.

—¿Todavía comerás? Podrías dejarlo para la merienda.

—No, ya tiene los chifles. Sólo deme un momento.

Doña Almendra la miraba con las cejas fruncidas. Atenta a cualquier malestar o siguiente reacción. Su sobrina estaba pálida y sin desayunar, en cualquier momento, pensó, se desmayaría. Jean al darse cuenta, le pidió agua.

—Gracias —dijo cuando la había bebido.

—¿Quieres que llame a Wilmer?

—Lo intenté. Está dormido todavía.

—Tranquila, pensemos qué fue lo que pasó. En el peor de los casos, iríamos al hospital dedicado a esas acciones

Doña Almendra se sentó a su lado y puso su mano en el hombro de su sobrina. Estaba tranquila, sólo así podría calmarla. Frotaba sus brazos y manos, que estaban fríos.

Jean levantó una ceja.

—No estoy loca. No voy al Lorenzo Ponce.

—Cálmate. No dije que lo estuvieras.

—Claro que sí.

—Escucha bien. No iremos, pero sí le diré a tu papá que esté pendiente de ti.

—¡Son tonterías! Fue un pequeño lapsus —dijo Jean, sonriendo.

—Qué lapsus, ni que nada. ¡Te arrastrabas por el suelo y querías atacar a Sirius! Aventaste la silla contra la mesa, también.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2023 ⏰

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La telaraña de la orquídeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora