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POV Lisa.

Mi primer semestre de preparatoria fue un completo desastre, yo no era la chica más activa, socialmente hablando, y tampoco llamaba mucho la atención, así que nunca llegué a conversar con alguno de mis compañeros más allá de cosas que no tuvieran relación con la escuela. En resumen, no tenía amigos.

Creo que al nacer, Rosé, mi hermana, se había robado todas las habilidades sociales que mis padres tenían para heredar, pues para la hora en que yo nací, ya no había quedado nada. No me gusta compararme con ella, pero al final siempre termino haciéndolo.

Rosie, como toda mi familia suelen llamarle, aunque tenemos la misma edad, es totalmente lo opuesto a mí. Ella es atlética, extremadamente linda, carismática y todo el tiempo tiene a un montón de personas a su alrededor; en cambio yo soy pésima en los deportes, algo reservada y mayormente solitaria. No me odio por ser como soy, y tampoco odio a mi hermana por ser como es, al contrario, la quiero demasiado, podría decirse que es mi única amiga, solo que en ocasiones, me gustaría ser un poquito más como Rosé. Las cosas no serían tan difíciles siendo de esa forma.

Cuando pasas la mayor parte del tiempo estando sola, este suele transcurrir en diversas velocidades, a veces lento, a veces rápido, la cuestión es que nunca es lo mismo y puede llegar a ser abrumador, agotador y desesperante. Para el segundo semestre me he propuesto mejorar, ya no quiero seguir siendo la chica con la que nadie habla.

La noche anterior al primer día de clases me había preparado todo lo que iba a necesitar, arreglé mi uniforme, guardé mis útiles escolares, cuadernos, libros en la mochila, cené y me fui a dormir temprano para no despertar con la apariencia de un muerto.

Es de mañana y aún sigo teniendo demasiado sueño. Odio cuando esto sucede, no entiendo cómo es que cuando duermo cuatro horas, o menos, me despierto como si nada, pero cuando me da por dormir mis ocho horas me levanto con menos energía que el celular que pensabas haber conectado correctamente la noche anterior.

—¿De dónde sacas tanta energía? —le pregunto a Rosé que anda por la habitación dando saltitos terminando de arreglarse.

Ella solo se encoge de hombros y sonríe. Se acerca a mí y arregla el moño que pende del cuello de mi camisa, inicialmente estaba un poco torcido.

—¿Por qué no usas falda? —me pregunta.

—El pantalón es más cómodo —digo con simpleza.

—Y resalta tu trasero —me da una palmada en el glúteo derecho y sale corriendo.

En verdad admiro ese dinamismo.

Mamá espera por nosotras en la cochera.

Estoy algo nerviosa pensando en cómo podría iniciar una conversación, mis manos juegan entre ellas intentando relajarme, aunque no está funcionando muy bien.

El camino se me hizo tan corto que apenas notaba que mamá ya se había detenido frente a la escuela. Ojalá mis piernas no temblaran tanto.

En el primer pasillo dentro de la escuela están los tablones, colgados en la pared, que marcan los nombres de los estudiantes, sus grados y grupos correspondientes. Como es ya de costumbre, Rosé y yo terminamos en salones distintos, no es una sorpresa en absoluto, desde la escuela básica ha sido de esta manera.

—Nos vemos a la salida —se despide Rosé yendo a su salón. Yo hice lo mismo.

Hay varias mochilas en el aula, no obstante, los dueños de estas no se encuentran aquí. Mi asiento, ya asignado, está en la cuarta fila de la tercera columna de asientos.

—Hola, buenos días —la voz de una chica se hace escuchar.

Me giro a ver de quien se trata. Ella es castaña, no más alta que yo, con ojos rasgados casi felinos y una sonrisa que hace a sus mejillas elevarse. No la conozco, pero parece agradable.

Conquistar a una ManobanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora