Capítulo 3

134 8 1
                                    


"El Rey Alexander ha muerto"

Eran las únicas palabras en las que pensaba mientras el cuerpo del Rey posaba en el trono, con los brazos en ángulos extraños, la sangre corría desde su garganta, boca y nariz hasta sus vestimentas rojas, que con la sangre, se hacían un poco más oscuras e incluso habían algunas gotas en la alfombra dorada y su corona estaba en el suelo. No tenía vida.

El Rey Alexander era querido y apreciado por todo el reino. Nunca escuché a alguna persona decir cosas malas sobre él. Él, que yacía muerto en su trono, había salvado a Defhelstar, había defendido el reino de los malvados seres oscuros, había traído la luz al reino y había sido asesinado, de la manera más horrible posible, y ni siquiera le habían dado tiempo para luchar.

La luz que se colaba por las ventanas era oscura. El cielo estaba gris y parecía que de un momento a otro habría un diluvio. Yo seguía arrodillado, no había sido capaz de hacer más nada que no fuera llorar y pensar en todas las maravillosas historias que mi padre me contaba sobre el Rey. Nostalgia sentía en ese momento.

La furia me invadió de repente. Odiaba a aquel ser maligno que había dado a cabo su plan malévolo. Me sentía estúpido e impotente. Tan sólo si yo hubiera luchado un poco, tal vez el Rey estuviera vivo ahora mismo. No había hecho nada por la vida del Rey, sólo me quedé ahí llorando. Tenía tantas ganas de golpearme fuerte, muy fuerte para ver si así aplacaba la rabia que en ese momento sentía hacia mí mismo.

Sin embargo tenía un sentimiento más grande y poderoso corriendo por mis venas. Ira. Ese maligno ser, había robado la espada Lightbringer y había arrebatado la vida del Rey en mi presencia.

El reino no sería lo mismo sin él, y luego la ira y rabia que sentía se había disipado para dar paso a la tristeza y culpabilidad. Me sentía terrible, mi corazón latía fuertemente y más lágrimas empezaron a nacer de mis ojos.

Quería magullar a la criatura malvada que había hecho esto. Él tenía que pagar, y yo tenía ganas de estrangularlo con mis propias manos, hasta que dejara de respirar y entonces sólo así yo habría vengado al Rey.

El ruido de pisadas se escucharon por el pasillo por el cual yo había entrado junto a el sonido de diversos metales chocando entre sí. Reconocía ese sonido en cualquier lugar, era el sonido de las armaduras de un caballero cuando éste mismo entraba en movimiento. Entre quince y veinte caballeros con armaduras carmesí entraron a la sala en la que yo me encontraba arrodillado frente al cuerpo inerte del Rey. Algunos gritos de asombro y tristeza llenaron la sala, para luego dar paso a un fuerte grito pronunciando las siguientes palabras:

-¡EL REY HA SIDO ASESINADO! ¡MATAD AL CULPABLE! ¡MATADLO!

La histeria era lo que caracterizaba su voz. Yo seguía en la misma posición en la que había estado antes hasta que sentí un fuerte golpe en la sien. Tal fue el impacto que caí al suelo, y mientras el dolor en mi cabeza me carcomía, trataba de comprender qué había sucedido para luego ver a uno de los caballeros con su espada levantada apuntando directamente a mi pecho y cuando creí que no volvería a ver la luz del sol más nunca, escuché a alguien decir:

-¡No! No lo matéis ahora.

Dijo el hombre que había impedido mi homicidio.

-Este bastardo merece una muerte más humillante y atroz que una simple espada clavada en su pecho.

Pronunció el caballero con repugnancia.

-¡NO! YO NO LO MATÉ, ¡EL LADRÓN HA HUIDO! ¡HA HUIDO!

Gritaba desesperado porque algún buen hombre percibiera la verdad en mi voz.

-¡YO NO LO HE HECHO!

Pero todos hicieron caso omiso a mis palabras. Ahora me maldecía a mí mismo por haber entrado al palacio cuando no era de mi incumbencia. Dos de los caballeros me tomaron por ambos de mis brazos levantando mi cuerpo mientras yo rogaba que me escucharan y que creyeran mis palabras, pero todos ignoraban mis gritos desesperados.

-¡Llevadlo al calabozo!

Dijo el que parecía ser el líder de todos los caballeros que se encontraban en la sala.

Ambos caballeros que mantenían mis brazos prisioneros me llevaron a rastras por el piso y mientras atravesábamos la sala, sentí como los caballeros restantes golpeaban mi cuerpo mientras yo seguía gritando desesperado y rogando para que me creyeran.

Mi ser en este momento era un lío de sentimientos.
Impotencia, tristeza, nostalgia, culpabilidad, ira, venganza, dolor, rabia y desespero gobernaban mi cuerpo en este momento. 

- ¡Silencio!

Gritó el caballero que sostenía mi brazo derecho, para luego golpearme con el mango de su espada, sentí una punzada de dolor fuerte en la cabeza, me sentía mareado, desconcertado y quería vomitar. Luego mi vista se nubló hasta que todo se convirtió en oscuridad.

Desperté y el dolor punzante en la parte derecha de mi cabeza no tardó en hacerse presente. Me sentía cansado y en varias partes de mi cuerpo me sentía adolorado gracias a los golpes y patadas que me proporcionaron cuando me llevaban a rastras por el suelo dos caballeros.

Traté de abrir los ojos y mirar el lugar en donde estaba aunque, por la presión que sentía en mis muñecas, podía hacerme una idea bastante clara para saber en qué lugar me encontraba. Moví mis brazos y escuché el tintineo de las cadenas que se encontraban en los grilletes que mantenían prisioneras mis muñecas y terminaban en la pared. No logré observar correctamente el calabozo, mis ojos no se adaptaban a la tenue luz del lugar en donde estaba, pero estaba seguro de que la ira y tristeza que sentía se incrementaban más por cada segundo que pasaba aquí. ¿Por qué había sucedido esto? ¿Qué despreciable ser fue el que se atrevió a hacer semejante crimen? ¿A caso ya lo sabría el reino entero?

Lloré sabiendo que mi destino era el de morir injustamente. ¡El asesino huyó y nadie me lo creía! Moriría injustamente, siendo odiado por todo un reino y no podía hacer mas nada que llorar y suplicar que me creyeran.

Historias antiguas de DefhelstarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora